Cosas Pequeñas



FELICITACIONES

Por Juan Antonio Nemi Dib



En la escuela primaria en que estudiaron mis hijos, junto al pizarrón, solía reservarse un espacio en el que los maestros colocaban mensajes visibles para todos los que entraban al salón. Constaba de tres columnas. En dos de ellas nadie quería que apareciera su nombre: “Recomiendo” y “Lamento”. Y es que dependiendo de las fallas o incumplimiento de los niños, la transgresión de alguna norma escolar o la falta de disposición para trabajar dentro del aula, los maestros compartían sus juicios de manera pública -democrática, podría decirse- con los miembros del grupo.

Aunque a primera vista parecería una práctica ruda para los niños, a mí siempre me pareció que, por el contrario, era un medio de que los profesores hicieran sus evaluaciones de la manera más objetiva posible, fundándolas en hechos conocidos por todos y midiendo realmente el desempeño de cada alumno. Además, la tercera columna, “Felicito”, resultaba en extremo motivadora: los cumpleaños, los onomásticos, los éxitos en competiciones dentro de la escuela y fuera de ésta, los deberes cumplidos pero sobre todo, los tránsitos de una jornada a la otra, cuando alguien superaba el estatus de “Recomiendo” y “Lamento” y lograba, por el cambio de conducta, por cumplir sus responsabilidades oportunamente, pasar a la columna de “Felicito”, la sensación podía considerarse estupenda, realmente motivadora.

Además, era más notorio y digno de reconocimiento aquél que lograba cambiar de “Recomiendo” y “Lamento” a “Felicito”, algo así como la parábola bíblica del hijo pródigo: mucho más meritorio el que se redime que el que nunca falla. Ojalá que esa práctica continúe actualmente en la escuela. Ojalá que se generalizara en todos los planteles. No soy pedagogo ni aspiro a serlo pero bien claro me queda que una buena forma de contribuir a que las conductas positivas se arraiguen, es mediante estímulos y motivación adecuada.

Y pensándolo bien, creo que a este sufrido País nuestro motivación es lo que le falta. Reconocer con sinceridad y determinación a los millones de mexicanos que hacen las cosas bien y a tiempo, que no se apartan del camino de la ley y que cumplen con sus obligaciones, que caben en la clasificación de “buenos ciudadanos”. Quizá es el momento de colocar junto al pizarrón de la vida nacional y empezar a llenarla, una columna de “Felicito” con los nombres de muchas personas que no se dejan atraer por el dinero fácil, que no sucumben a la tentación de torcer las normas y basar sus éxitos en la trapacería, que conservan al menos un poco de optimismo en el futuro de este país y que, con todo el esfuerzo y merma personal que ello les signifique, están dispuestos (as) a anteponer el interés de todos a las conveniencias individuales.

Hagamos cuentas: hace pocos años apareció un estudio que estimaba en unos 130 a mil los integrantes de la delincuencia organizada en México. Pensemos que esa cifra se hubiera multiplicado por tres, incluyendo a los criminales comunes y menuditos que rondan por las calles impunes y productivos. Aunque es impropio incluirlos en la contabilidad porque algunos de ellos serán legal y realmente inocentes, se estima que en las cárceles de México hay unos 230 mil internos, entre sentenciados y presuntos delincuentes que están sujetos a proceso.

Haciendo un rasero indebido de estos últimos, sólo para efectos de inscribirlos en la columna “Lamento”, estaríamos hablando de unos 620 mil mexicanos dedicados a destruir nuestro sistema de leyes y a nuestra convivencia pacífica. Algunos lectores críticos exigirán con toda razón que se agregue a esta lista a los servidores públicos y políticos (yo me agacho) rateros e ineficaces, a empresarios disfrazados de “honorables” que no hacen sino saquear al país y despojar a quien se deje mediante métodos legales pero no éticos, a mentirosos contumaces y demagogos, a profesionistas de pacotilla, a jueces y fiscales corruptos, a funcionarios saqueadores. ¿Le gusta a usted que sean unos 200 mil de esos indeseables? La suma llegaría entonces a 820 mil.

Los demógrafos estiman que México tiene actualmente unos 108 millones de habitantes aproximadamente. Eso significa que la irresponsable cifra proyectada aquí, de 820 mil caraduras, representaría apenas el 0.57% de los mexicanos. Son una pequeñísima minoría. ¿Podrán más que la gente de bien?, ¿son más poderosos que los mexicanos que aman a su país, que quieren heredar a sus hijos un clima de paz pública y vigencia del orden jurídico?, ¿pueden los ‘malosos’ llevarnos a la destrucción de nuestra nación?

Por lo pronto no se trata de pasarlos a cuchillo. Es más simple: si empezamos, todos, por llenar la columna “Felicito” con los nombres y hechos de nuestros buenos vecinos, de nuestros familiares compañeros de trabajo y conocidos, significando sus buenas acciones por aparentemente pequeñas que sean, se notará el contraste, se evidenciarán aquéllos que no merecen formar parte de la comunidad ni beneficiarse de ella. Sobre todo descubriremos a muchos mexicanos de bien, dignos de homenaje. Será más fácil. Descubriremos razones para ser optimistas.

antonionemi@gmail.com