Cosas Pequeñas

PEMEX 1

Juan Antonio Nemi Dib


Poco después de las diez de la mañana del miércoles 22 de abril de 1992, Guadalajara se cimbró. Una serie de poderosas explosiones provocaron la ruptura de doce y medio kilómetros de drenajes y muchas de las calles bajo las que éstos se encontraban. Se reportaron 212 personas muertas y 69 desaparecidas a causa del desastroso accidente, además de mil 470 heridos y la destrucción de unas 800 casas y 500 establecimientos comerciales, talleres y pequeñas factorías que se ubicaban dentro del Sector Reforma, justo donde transitaba el Poliducto Salamanca-Guadalajara, de Petróleos Mexicanos.
Aún no se dispersaba el polvo causado por las explosiones cuando a propuesta de algún partido de oposición, la Cámara de Diputados acordó el envío de una comisión especial que acudiera al sitio del siniestro para conocer el estado real de cosas y ofrecer solidaridad a las víctimas. De casi 250 diputados que componíamos la fracción, sólo se les ocurrió mí nombre para integrar ese grupo de trabajo al que nadie quería pertenecer y no pude eludir el viaje.
Íbamos representantes de todos los partidos. Desde que llegamos a Guadalajara, hablamos con un sinnúmero de autoridades y dirigentes sociales, así como con varias personas directamente afectadas por el siniestro. Nos reunimos incluso con el Procurador General de la República, quien se había trasladado allá para encabezar la investigación sobre las explosiones.
Recuerdo que prácticamente todos los entrevistados mostraban una superposición intrincada de emociones, a veces encontradas: profundo dolor por los muertos y heridos, pánico por la posibilidad de que repitiera el siniestro, furia y necesidad de identificar a los responsables, frustración por lo destruido, solidaridad y deseo de ayudar a los más afectados, pero sobre todo una gran inquietud, que se prolongó por varios días, y que parecía causada por el desconocimiento de las verdaderas causas de las explosiones.
Era evidente que, por lo menos hasta ese momento, nadie podía explicar bien a bien los sucesos, ni siquiera el Gobernador de Jalisco.
Originalmente los dedos acusadores apuntaron hacia una fábrica de aceite comestible a la que se responsabilizó de derramar hexano (un hidrocarburo explosivo y tóxico, que se usa como solvente) al drenaje, aunque nunca pudieron probarlo.
Caminando muchos trechos y a bordo de un pequeño camioncito en otros, los miembros de la susodicha Comisión Legislativa nos dimos a la tarea de recorrer la zona afectada y en numerosas ocasiones nos detuvimos en sitios donde presumiblemente permanecían víctimas sin rescatar y se hacían esfuerzos tímidos, muy cuidadosos, exasperantemente lentos, para remover a mano y piedra por piedra las toneladas de escombros; pero no era para menos: los explosímetros marcaban a tope prácticamente en cualquier alcantarilla, señal de que los maltrechos ductos continuaban repletos de vapores listos para hacer ignición a la menor provocación.
Al cruzar un gran boulevard, nos topamos con un extraño operativo de policías, operativo que por aparatoso y evidentemente innecesario, llamó la atención de los diputados. Era obvio que se realizaba una excavación en un sitio relativamente lejano del lugar de las explosiones y parecía absurdo que se hubiera acordonado el perímetro. Todo mundo quiso ver lo que ocurría y más aún cuando los responsables del cerco, sumamente nerviosos, nos impedían el paso. A gritos y con más de un roce, Alejandro Encinas hizo valer el fuero legislativo y acabamos en el lugar del hoyo fresco, en el momento justo en que un grupo de trabajadores extraía de una zanja un trozo de tubo de aproximadamente metro y medio de longitud, que acaban de cortar por ambos extremos al poliducto de PEMEX. Recuerdo que el acero presentaba dos perforaciones, una de ellas de más del diámetro de una moneda de cinco pesos y la otra un poco más pequeña, que resultaron claramente visibles para los presentes.
Nos dijeron que llevarían el tubo al Instituto de Investigaciones Eléctricas de Cuernavaca, para realizarle los estudios periciales pertinentes. Hoy pienso que en ese momento podíamos haber estado en muchos otros sitios de Guadalajara, o simplemente pasar de largo por esa avenida, pero estuvimos allí, justo en ese momento.
Sobre ese fatídico trozo de tubo, el diario ‘La Jornada’ dijo: “El 25 de abril, María Guadalupe Fernández Romero y Francisco Fernández Aviña, peritos de la Procuraduría General de Justicia del Estado de Jalisco (PGJEJ), luego de cotejar los reportes de bombeo de Salamanca a Guadalajara del primero al 23, encontraron que casi 19 mil barriles no llegaron a La Nogalera, equivalentes a casi 3 millones de litros de gasolina, y cuyo destino habría sido el subsuelo y los drenajes. El 27 de abril, el procurador general de la república, Ignacio Morales Lechuga, aseguró que el derrame de gasolina salió de un agujero del poliducto "de un centímetro de diámetro".”
Con más o menos intensidad y sufrimiento, estas historias se repiten periódicamente en todos los sitios donde hay instalaciones petroleras, incluyendo “Balastrera” en Nogales, Omealca, y San Juanico, en Tlanepantla (en donde afirman que murieron unas 600 personas). La mayor y verdadera prioridad está en garantizar una operación de PEMEX libre de riesgos, ambientalmente sustentable y segura para todos, antes que los profundos negocios de las profundidades marítimas que tanto animan el “debate energético”. Para hacerlo, no hacen falta rollos ni reformas legales, sino honestidad, buena administración y eficiencia en ese servicio público, que de vez en vez se torna homicida.
antonionemi@gmail.com