Cosas Pequeñas


RUMORES

Juan Antonio Nemi Dib


Fue a mediados de los años ochenta. Las versiones aseguraban que los misioneros evangélicos esterilizaban a las mujeres indígenas, algunos denunciaban que los procedimientos clínicos se hacían sin el consentimiento de las afectadas, aprovechando su ignorancia y su pobreza. De allí, el tema pasaba a lo religioso y a la posible destrucción de la identidad nacional provocada por las sectas. Nunca se conoció una evidencia que pudiera corroborarse, pero el tema alcanzó dimensiones nacionales en las que uno debía tomar posición obligadamente; lo patriótico, lo nacionalista y, por ende, lo justo, era expulsar del país a esos perversos.

Ya en la “era internet”, otra historia se recrea a sí misma: se trata de una muchacha que supuestamente despierta dentro de una tina de baño llena de hielo, junto a un letrero que dice “te quitamos un riñón, llama rápidamente a emergencias o morirás en una hora”. Perdí la cuenta de las veces que me la han enviado mediante ese correo electrónico que abunda en detalles supuestamente verosímiles sobre una red de traficantes de órganos que secuestra a sus víctimas –de preferencia mujeres jóvenes, pero no necesariamente— en fiestas y clubes nocturnos y que, luego de sedarles, les amputa tejidos y vísceras para venderlos. Y hay más, como la del camión de la compañía alimenticia que, por un accidente vial, revela la existencia de pollos deformes, compuestos sólo de piernas y muslos aprovechables. Y las hamburguesas de carne artificial, crecida en laboratorios nunca imaginados por el mejor escritor de ficción.

Pero el apogeo le corresponde a una bien hecha presentación de 8 láminas, convenientemente ilustradas con fotos dramáticas de niños moribundos y legitimada con el nombre de un supuesto autor (el doctor Juan Casares Meza) y los logotipos de la UNAM y de su Instituto de Biotecnología. Se trata de un aviso preventivo que circula desde 2007 a través de la Red, alertando sobre la llegada a México del “Budêmm Annicus Proto”, o “Budum” en su nombre corto: “…un insecto potencialmente venenoso. De sus antenas lanza un veneno letal que cuando toca la piel del humano se empieza a quemar y se esparse [SIC] por todo el cuerpo hasta afectar el sistema circulatorio.” Salvo por la ortografía, la historia es creíble. Pero es falsa. Se trata de un “HOAX”.

Según la página argentina ‘Rompe Cadenas’, “los hoaxes (broma, engaño) son mensajes de correo electrónico engañosos que se distribuyen en cadena. Algunos tienen textos alarmantes sobre catástrofes (virus informáticos, perder el trabajo o incluso la muerte) que pueden sucederte si no reenvías el mensaje a todos los contactos de tu libreta de direcciones. También hay hoaxes que tientan con la posibilidad de hacerte millonario con sólo reenviar el mensaje o que apelan a la sensibilidad invocando supuestos niños enfermos. Hay otros que repiten el esquema de las viejas cadenas de la suerte que recibíamos por correo postal que te auguran calamidades si cortás la cadena y te prometen convertirte en millonario si la seguís”.

Aunque no pasan de ser travesuras que muchos reproducen con buena fe y la intención de ayudar, los Hoax no sólo saturan los servidores informáticos y los buzones de correo, sino merman la confianza en un medio que podría ser de mayor provecho. Afortunadamente, en el caso de las historias difundidas por Internet, siempre queda la opción de recurrir a las fuentes primarias para verificar los datos y conseguir mayores elementos de juicio.

En cambio, el rumor de boca a boca –que quizá nació al día siguiente que el lenguaje—, el que se esparce con el propósito deliberado de causar daño, la intriga y la información errónea que se comparten con los demás y, a veces llegan a propalarse masivamente a través de publicaciones y otros medios formales de comunicación, suelen ser más letales que el famoso Budum y aún más difíciles de enfrentar por parte de sus víctimas.

En su conferencia sobre el rumor y la guerra sucia en tiempos electorales, Ricardo del Valle del Peral –connotado comunicador y académico invitado por el Colegio de Periodistas de Veracruz, en el marco del seminario “Democracia Digital” que el propio Ricardo dirigió— explica que el rumor es una de las armas más socorridas de la lucha política (seguramente porque circula con rapidez y facilidad, porque es anónimo, porque no necesita demostrarse y porque los humanos tenemos una proclividad natural a creer las informaciones negativas). ¿Por qué circulan las murmuraciones?, pregunta Ricardo. Y responde: porque nuestras mentes se revelan al caos, porque la transmisión de los rumores satisface necesidades psicológicas, porque disminuyen nuestros temores y justifican nuestros odios.

Varios análisis de psicología del rumor citan el ejemplo de una connotada actriz que en la última etapa de su vida terminó por creerse que, durante su juventud, había tenido una hija fuera de matrimonio, de acuerdo con el rumor que le fue inventado cuando empezaba su exitosa carrera y que, a pesar de su falsedad, terminó marcando para siempre a esta mujer.

Al margen de una valoración ética, los rumores podrán ser políticamente útiles para demeritar a los adversarios, para disminuir y hasta justificar los errores propios, pero producen muchas más víctimas que sus destinatarios originales: lastiman no sólo a aquéllos a quienes desacreditan con más o menos éxito, sino a una sociedad que, progresivamente involucrada en el caos de la [des] información, pasa de la ansiedad al desánimo y al desprecio, repitiendo el círculo vicioso de apatía y desinterés que permite a su vez mayores abusos de los poderosos y favorece las inequidades. El actual proceso electoral federal es el mejor ejemplo del uso ilimitado de estas armas orientadas a producir en los electores más emociones que reflexiones y a quitar “a la mala” los votos del adversario que no se pueden obtener “por las buenas”.

El mejor antídoto posible está en la sociedad crítica, en ciudadanos capaces de tomar con reserva las cosas que escuchan –y leen— y masticarlas un par de veces, antes de darlas por ciertas. Algunos bulos que impactan y ofenden de primera intención, no resisten un análisis elemental. También ayuda el que uno mismo, a título personal, lo piense dos veces antes de reciclar –y reproducir— un rumor de cuya certeza no hay evidencia, por bueno que el chisme parezca. Muchos rumores de corte político, de hecho la mayoría, suelen ser exageraciones, falsedades y hasta mitos, a veces, no tan geniales.

antonionemi@gmail.com