Cosas Pequeñas


SALINAS

Juan Antonio Nemi Dib



Hay teorías que intentan explicar la ruptura entre Ernesto Zedillo y Carlos Salinas de Gortari, pero lo cierto es que ni aún las versiones personales de cada uno de ellos resultan claras y explícitas como para superar el ámbito especulativo y encontrarle significado a uno de los momentos más complejos de la política mexicana contemporánea. Se recuerda, por ejemplo, la acusación de un connotado zedillista (que había sido previamente connotado salinista) afirmando –a propósito del dramático y costoso “error de diciembre”— de que “habían dejado la economía prendida con alfileres” y la respuesta puntual de Pedro Aspe: “¿para qué se los quitaron?”.

Mientras el PRI gobernaba hegemónicamente y los presidentes de la república tenían como una de sus prerrogativas la selección del candidato a sucederles, por lo general las decisiones solían recaer en aquéllos que aparentemente tenían mayor lealtad y gratitud para quienes les antecedían y eran más dependientes de éstos; lo cierto es que salvo algunas excepciones (Ávila Camacho para Cárdenas, Alemán para Ávila Camacho, López Mateos para Ruíz Cortines y quizá Salinas para De La Madrid), las transiciones acababan siendo rasposas y más o menos agresivas y persecutorias, destruyendo relaciones que ser consideraban filiales (Cárdenas con Calles) o fraternales (López Portillo con Echeverría).

Que hubiera rupturas transexenales y que los nuevos “traicionaran” a los anteriores se consideraba como algo lógico y normal, especialmente cuando los ex presidentes se empeñaban en cogobernar o, al menos, en continuar incidiendo en la política nacional, como fueron los casos de Calles –expulsado del país por Cárdenas— y Luis Echeverría –expulsado por López Portillo hasta el Pacífico Sur—.

En este proceso de concluir su gestión presidencial y retirarse del ejercicio del poder público, Carlos Salinas de Gortari llevó una de las peores partes. Alcanzó enormes niveles de descrédito y fue objeto de las más duras críticas que se recuerden, al punto de que se convirtió en un icono negativo, autor de todos los males, presunto artífice de todas las perversiones y malo entre malos. Salinas se vio obligado a residir buen tiempo fuera de México y su situación se vio agravada por incidentes de su familia y hasta por la divulgación de grabaciones ilegales (muy probablemente obtenidas por agencias gubernamentales) relativas a disputas entre sus hermanos.

Convertido en villano favorito, Carlos Salinas resultó una magnífica explicación para todas las cosas que fallaban, responsable de todas las conspiraciones imaginables y la causa última de los problemas nacionales, así se encontrara a 9 mil kilómetros de distancia y su participación real en las supuestas intrigas fuera más que improbable, imposible. Las máscaras con su efigie –aún utilizadas en una reciente manifestación de jóvenes panistas de Veracruz— se popularizaron, igual que la convicción de que Salinas (al que le atribuyen fortunas inconmensurables) se la pasaba elucubrando estrategias para reconstituir su imagen pública y regresar a México con una percepción positiva de la gente.

La paradoja que encierra todo esto es que independientemente de sus errores y el hecho de que algunas cosas de las que le imputan pudieron ser ciertas, Carlos Salinas tuvo un desempeño eficaz como presidente de México y, medidos en función del interés nacional, los actos trascendentes de su gobierno fueron innovadores y beneficiosos en la mayoría de los casos.

Con base en el proceso electoral de 1988, Salinas fue durísimamente cuestionado –lo sigue siendo— por la izquierda mexicana, que le considera instalado en el poder mediante un fraude de Estado. Durante los 6 años del Gobierno Salinista y aún con más energía después, el PRD dedicó sus recursos y su espacio de opinión a desacreditar la gestión presidencial. Aunque pudieron tener sentido propagandístico y no necesariamente ser todas reales, se recuerdan las listas de muertos del Partido de la Revolución Democrática a los que se tenía por homicidios políticos patrocinados desde el poder. También se recuerda aquella durísima y cuestionada réplica: “ni los veo ni los oigo” que se convirtió (igual que “no se hagan bolas”) en una frase característica del salinismo. Por otro lado, la administración de Ernesto Zedillo no escatimó medios –en una extraña coincidencia con la izquierda radical— para desacreditar a Carlos Salinas y a su familia, aprovechando a una opinión pública agraviada, sensible y extremadamente ofendida por abusos, excesos e ilegalidades.

He sostenido que el Presidente Salinas cometió dos errores cruciales que a la postre le resultaron carísimos a él y a la Nación: haber consentido en ideas reeleccionistas que afectaron su percepción del proceso político y que le impidieron medir con precisión las limitaciones de tiempo y de fuerza de su liderazgo y el inevitable y forzoso término de éste y, por otro lado, haber permitido las malas prácticas de sus familiares, principalmente de su hermano Raúl. Fortuito e indeseable desde cualquier punto de vista, el homicidio de Luis Donaldo Colosio fue un tercer elemento que afectó dramáticamente a la administración salinista en su parte final. Hábilmente, la artillería publicitaria de sus adversarios llegó a construir la convicción en la opinión pública de que el candidato priísta a la presidencia de la República fue asesinado por el PRI cuando es evidente que los enormes costos políticos del magnicidio recayeron muy perniciosamente en el propio PRI, en el Gobierno y muy particularmente en Carlos Salinas.

En cualquier caso –es fácil demostrarlo— Salinas de Gortari fue un modernizador, exitoso gestor del crecimiento económico de México que en poco tiempo revirtió los efectos de la hiperinflación heredada de Miguel De la Madrid y, sobre todo, un presidente con proyecto, con una idea clara de cómo y hacia dónde conducir el destino del país. Salinas ejerció liderazgo y lo hizo con agudeza. En su tiempo la pobreza nacional realmente se redujo, más allá de las estadísticas, y su programa “Solidaridad” fue el primero en crear conciencia del gran potencial que tienen las comunidades organizadas para revertir las penurias y propiciar un verdadero acceso igualitario hacia el desarrollo. Aún minimizado y rebautizado, el programa gubernamental de combate a la pobreza es su creación. Salinas logró –y es un mérito indiscutible— un lugar para México en el concierto internacional.

De todo lo malo de Carlos Salinas y el Salinismo se ha dicho y se ha escrito en demasía, en algunos casos con fundamento. Lo que no alcanzo a entender, en serio, es cómo y para qué vino a Veracruz. ¿Será la prueba de que el tiempo de su mala imagen pública está más que superado?, ¿será cierto que se trata de una estrategia para asumir un papel arbitral dentro de la política nacional y particularmente dentro del PRI o se trata de una mera falacia de sus detractores? Lo dirá el tiempo.

antonionemi@gmail.com