Cosas Pequeñas


MONOPOLIOS

Por Juan Antonio Nemi Dib



Un lector acucioso me escribió: “espero que expliques qué es la economía monopólica porque hasta donde entiendo, en todo el mundo hay gente que come viandas finas y gente que pasa hambre.” Y es que la semana pasada afirmé que México vive “una economía monopólica próxima a la implosión, que enriquece muchísimo a poquísimos y empobrece muchísimo a muchísimos”.

En realidad, detallar -y sustentar- mi afirmación no tiene ninguna ciencia e incluso un lego como yo dispone de elementos de sobra para argumentar que la mexicana es una economía con alta y progresiva concentración de capitales que, contradictoriamente, lleva en sí misma el germen de graves problemas sociales que no son profecías ni especulaciones, sino que están ya con nosotros.

Si aceptamos como válida la definición de monopolio como ‘ejercicio exclusivo de una actividad, con el dominio o influencia consiguientes y una situación de mercado en que la producción/oferta de un producto o servicio se reduce a un solo proveedor que la concentra’ será fácil reconocer la presencia de varios de éstos estancos que basan su éxito económico en la exclusividad, en el privilegio y, con frecuencia, en condiciones fiscales/normativas que les favorecen por encima de otras empresas cuyas condiciones de operación y competencia son mucho más difíciles.

No hay teórico serio que defienda con argumentos sólidos la economía monopólica. Y no lo hay porque la experiencia ha demostrado a lo largo de siglos que los monopolios -negación del principio de libre competencia tan importante para los pensadores liberales- son muy perniciosos, para los consumidores, para los proveedores, para el fisco, para todo el ciclo de reproducción de capitales. Pero además, los monopolios consolidados hacen de la sociedad en la que operan e incluso de las autoridades una suerte de rehenes a los que chantajean y suelen colocar bajo su yugo. Por norma general los monopolios suelen ser muy ineficaces, costosos, poco o nada competitivos y, por ende, arrogantes.

Prohibidos enfáticamente por la Constitución, los monopolios son un hecho real y tangible. ¿Quiere usted fabricar y vender por su cuenta autos de su propia marca en México? La ley dice que sí, pero en la práctica las condiciones lo hacen difícil, casi imposible. ¿Operar una nueva frecuencia de televisión abierta? Un sueño, por lo menos hasta que el Presidente Calderón cumpla su promesa de generalizar la nueva tecnología digital, permitiendo la apertura y la competencia (¿podrá?). También menudean los ejemplos de monopolios del Estado, aunque respecto de éstos ya surgirá una importante cauda de defensores, debido a su carácter estratégico o por necesidades de seguridad, como es el caso de la explotación de hidrocarburos, la generación de energía eléctrica, la comercialización de ambos, la compraventa legal de armas (reservada a la Secretaría de la Defensa Nacional), entre otros.

Pero en el fondo, el concepto de economía monopólica tiene que ver más con la concentración de corporaciones, con la absorción de las pequeñas y medianas empresas por otras mayores, que paulatinamente se van apoderando del mercado -el ejemplo típico pero no el único en México es la desaparición de las misceláneas tradicionales de la esquina, sustituidas por las “tiendas de conveniencia”-, las fusiones, la aparición de “cadenas comerciales” cuya capacidad de compra y su infraestructura acaban por desplazar más pronto que tarde a los capitales locales.

En defensa de esta realidad neoliberal, hay quienes dicen que el problema no es causado por las grandes empresas que se van imponiendo, sino por las pequeñas, que son “incapaces de adaptarse a los nuevos tiempos y adecuarse a la nueva realidad del mercado”. El argumento sería de risa, si no fuera por la trágica pérdida de miles de empleos y la destrucción de micro y pequeños capitales que se suman a los locales comerciales e industriales vacíos en buena parte de México.

Pero no es un rollo mío, incluso los empresarios reconocen la gravedad del problema: “En la actual situación de creciente pérdida de competitividad de la economía mexicana y de una compleja situación social que supone casi 55 millones de pobres en el país, tienen carácter urgente los cambios de fondo en las reformas legislativas, como modificaciones sustanciales que por lo menos atemperen el costo de los monopolios públicos y privados”. Esto lo expresó en Jalisco el Presidente de la Asociación Nacional de Empresarios Independientes (ANEI), Fernando Turner Dávila.

Y luego agregó: “Carlos Slim ya mandó señales en el sentido de él espera que la CFE le venda barata la banda ancha, para luego revenderla cara, para completar así la posición dominante de Telmex y Telcel, lo que al momento ha sido nocivo para los consumidores”. Turner Dávila Subrayó que es “una postura esquizofrénica la que se ha tenido en poner a competir al país en tratados internacionales, teniendo a sus protagonistas de la planta productiva mexicana atados de manos por la fuerza monopólica, llámense CFE, Pemex, Carlos Slim y Emilio Azcárraga”.

Y no es el único. El académico José Fernández Santillán, a quien no puede tildarse precisamente de izquierdista o revolucionario, escribió en abril pasado: “efectivamente, la persistencia en México de las corporaciones y los monopolios ha sido un factor de primer orden para que el atraso se haya apoltronado entre nosotros. Si queremos salir del subdesarrollo debemos crear normas jurídicas y acciones políticas que disuelvan esas formas premodernas de dominación.” Y agregó: “Por tanto, debemos recibir la propuesta de reforma para combatir los monopolios y oligopolios enviada por el presidente Felipe Calderón a la Cámara de Diputados, como un paso importante para sacar al país del ostracismo económico...”. Aunque coincide en el pesimismo: “La pregunta que muchos nos hacemos es, hasta dónde podrá llegar el jefe del Ejecutivo en la lucha contra los monopolios y las corporaciones en vista de que esas formas de organización fueron puntales para que ascendiera al poder. Hasta dónde podrá alzarse por encima de los intereses particulares para que, finalmente, prevalezca el interés general.”

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