Cosas Pequeñas


ESTAMPAS MERIDANAS

Juan Antonio Nemi Dib



Con mi agradecimiento para Sabrina,
Elizabeth, María Inés, Mauricio
y muchos yucatecos más.



1] Es difícil resistirse a la proverbial hospitalidad del pueblo maya que los peninsulares en conjunto prodigan como parte de su tradición. Bernal Díaz del Castillo dice en su “Historia Verdadera de la Conquista...” que al pisar el territorio continental por primera vez, los españoles fueron recibidos por los naturales con caras de alegría, diciéndoles “Coneck Cotoch, Coneck Cotoch”, que se traduce como “vengan a nuestras casas, vengan con nosotros”. Afirman que por eso la porción de tierra que limita el Golfo de México y el Mar de las Antillas se llama “Cabo Catoche”.

Su cortesía se expresa de muchas maneras: las bocinas de los coches no tocan, el peatón tiene rigurosa preferencia sobre los automóviles (cientos de anuncios por todas partes advierten que la multa es de 16 salarios mínimos para quien no ceda el paso al transeúnte) y las palabras “buenos días, pase usted y muchas gracias” siguen siendo de uso común, la gente cede el sitio en aceras y pasillos. Nadie tira basura en las calles.

2] El turismo es una actividad sustantiva, de gran impacto económico, y por ende lo cuidan con tesón. A diferencia de otros destinos como los de playa, o son más sutiles o de plano no ejercen las intentonas de bolsear al visitante y sacarle cuanto se pueda: no hay (o no se ven a simple vista) los vendedores de condominios y tiempos compartidos que le enganchan a uno con la promesa de un desayuno “gratis” y a cambio le secuestran durante toda una preciada mañana de vacaciones. Los vendedores de “ventiladores mayas” -abanicos de todos los materiales posibles- ofrecen sus mercancías sólo una vez y se retiran sonrientes a la primera negativa.

La disponibilidad de servicios es para todo gusto, muy variada, en hospedajes, en alimentos, en expendios de artesanía y hasta en transportes -desde el autobús turístico con aire acondicionado hasta la calandria de a caballo, pasando por el camión de dos pisos y la famosa “guagua”-- puede uno optar por precios y calidades. Hay grandes, modernos y costosos centros comerciales pero también permanece la Mérida tradicional, que ofrece de lo bueno, lo bonito y lo de buen precio. En el aeropuerto confundí al conductor de taxi con un maletero; pudiéndosela quedar, éste me devolvió la propina que yo le había anticipado.

3] Hay, por lo menos, dos Méridas: la histórica, que preserva su arquitectura original y la presume, rica en prosapia, con sus parques, iglesias, museos, paseos, mercados, monumentos y un enorme catálogo de acontecimientos en espera de ser narrados, con sus festivales de danza y música en las numerosas plazas de barrio y la metropolitana, una ciudad que remite a las cuentas -con casi dos millones de habitantes-, a las grandes inversiones, a las carreteras de primer mundo (como la que va a Puerto Progreso, que en algunos tramos tiene hasta cinco carriles en cada sentido), a la búsqueda de opciones productivas y creación de riqueza, la ciudad que es el eje económico, cultural y académico de todo el sureste de México al que campechanos, tabasqueños y quintanaroenses suelen ir para estudiar, para recibir atención médica, en busca de empleo.

4] En materia de seguridad pública la porra está dividida. Hay quienes le matan un pollo a las autoridades policiales y quienes las defenestran; éstos últimos aseguran que se acabó la famosa “Pax Yucateca”, que ya hay horribles delitos de sangre y complicidades con los malosos, literalmente que “se van cabezones”, que ya hay ladrones de casas y carteristas. Los defensores aseguran que en Yucatán no pasa casi nada, que “todo sin novedad” y que carreteras y nigth clubs siguen siendo espacios pacíficos y aptos para personas de bien que quieran divertirse sin bronca, que las calles siguen siendo patrimonio de la gente y que se las puede transitar en paz a cualquier hora y con la confianza de que nada malo ocurrirá.

5] En política las cosas no son diferentes. La joven gobernadora Ivonne Ortega tiene un enorme respaldo en los sectores populares del Estado, y especialmente en Mérida. Incluso sus detractores dicen que ganará sin problema las próximas elecciones, pero son durísimos críticos de su administración: le cuestionan una deuda pública desproporcionada (el conservador Diario de Yucatán afirma que en apenas un año, las cuentas por pagar pasaron de 732 a 1’407 millones de pesos, un crecimiento de 92%) y que la deuda pública subió a 3,385.3 millones de pesos, “una suma sin precedente en Yucatán”). También dicen que ha hecho muy poco pero que ha gastado enormidades en su promoción personal. Y ya no hablar de Ana Rosa Payán, a quien los panistas culpan del triunfo del PRI, luego de un berrinche porque Felipe Calderón le impidió que fuera gobernadora, aseguran.

6] 32 grados -el promedio de estos días- se considera una temperatura benigna por parte de los yucatecos, ya que en algunos veranos los termómetros rondan (a veces superan) los 50º centígrados. Venden millares de sombreros y guayaberas pero literalmente son exportaciones para fuereños, pocos meridanos los usan. En cambio, la ropa bordada y los huipiles son comunes entre las mujeres. De cualquier modo, muchos yucatecos piensan que el “American way of life” acabó por imponerse a la cultura caribeña y que cada vez son menos los vínculos con Cuba y Las Antillas; con 3 vuelos diarios a distintos destinos de EUA, eso se explica. La novedad es la ropa típica ahora fabricada con fibra de agave, un poco más gruesa que la manta, pero grata al tacto, de intensos colores y muy fresca, un nuevo uso para la planta.

7] La gastronomía sigue siendo espectacular, aunque también experimenta y fusiona. Estoy cierto de que la economía de los Países Bajos quebraría sin el consumo de los yucatecos, que le ponen queso de bola a todo: al relleno de carne, al dulce de papaya, a las famosas marquesitas y ahora... ¡hacen helado de queso holandés!, fuera de serie. Se consiguen lecheros y banderillas en el “Café La Habana”, lo que no deja espacio para nostalgias alimentarias.

8] Yucatán en general y Mérida en particular sigue siendo un sitio de excepción: con amigos reales y hospitalarios, siempre dispuestos a servir y compartir, un sitio generoso, limpio, relativamente barato, divertido, de hermosos paisajes, orgulloso de su identidad y de sus gestas y ávido de futuro, con una economía pujante que no habla de crisis. Yucatán da envidia (de la única posible).

antonionemi@gmail.com