Cosas Pequeñas


SICARIOS BABY

Por Juan Antonio Nemi Dib



Apenas a unos cuantos pasos de la casa, muy pocos, está la escuela de baile de la maestra Élida Baeza de Medina. Mi esposa y yo solemos ir a clase de vez en vez, sin muchas esperanzas de convertirnos en ases de la danza, pero sí por el estupendo y liberador ejercicio que se hace en las sesiones, en las que la maestra contagia buen humor y alegría de vivir, logrando la proeza que uno mueva sin dolor hasta el más recóndito músculo del cuerpo.

El local es modesto pero adecuadamente acondicionado, equipado con lo necesario y está siempre impecable; posee una puerta de metal de dos hojas que cubre completa la entrada y en una de ellas hay una ventanita que la maestra suele dejar semiabierta mientras da sus clases. No pocas veces la gente que pasa suele detenerse y se pone a curiosear; es inevitable, por lo atractivo de la música y porque el pequeño orificio invita a ver lo que hay dentro. Los bailadores acaban acostumbrándose a que los vean intentando seguir los acordes y dar los pasos con más o menos éxito.

Cierta noche en que varios matrimonios bailábamos quitados de la pena se escuchó un fuerte estruendo repentino que dentro se hizo aún más fuerte, por las características del local, que actuó como eficaz caja de resonancia. Sorprendidos, tardamos un instante en reaccionar, hasta que nos dimos cuenta que alguien había golpeado con mucha fuerza la puerta de metal, probablemente con algún objeto contundente. La intensidad del ma... zazo convirtió una simple travesura, equivalente a tocar el timbre y salir corriendo, en una verdadera agresión sin nada de picardía ni gracia.

Cuando salimos a ver lo que ocurría alcanzamos a identificar a un grupo de diez o doce chamacos, algunas mujeres casi niñas también entre el grupo, portando el uniforme de la escuela secundaria de la que somos vecinos, que a todo trote se alejaban del sitio, festinando su “chiste”. Sin embargo, dos jovencitos de once o doce años permanecían allí, frente a nosotros, en actitud de reto y autosuficiencia. Con el escándalo, algunas otras personas también se acercaron, entre ellas el vigilante de la privada. Yo le pedí a uno de los rapaces que fuera a buscar al resto de sus compañeros para hablar con todos, pero ni él ni los demás regresaron, importándoles un comino la suerte del condiscípulo que permaneció “en prenda”.

Lo que me impresionó, sin embargo, fue la arrogancia, la grosería y la agresividad del jovencito que se quedó, a quien su pequeña estatura y su delgadez extrema no le impidieron, siendo nosotros un grupo de adultos, gritarnos lo que quiso, amenazarnos, retarnos, exigirnos y, ya que se iba, dedicarnos un surtido y animoso catálogo de menciones familiares e invectivas capaces de integrar un florilegio arrabalero digno de mejor causa, dejándonos estupefactos, sin saber qué hacer. Seguramente fue el héroe de la noche “entre su flota”.


Días más tarde supimos de otra jovencita que acabó politraumatizada en el hospital después de la golpiza tumultuaria que le dieron al salir de clase siete de sus compañeras de secundaria en Coatepec, “para quitarle lo fresa”, porque el día anterior se había incorporado al plantel, procedente de una escuela privada. Las chamacas se atrevieron a cobrar tres mil pesos para “no subir a internet” los videos de la agresión que, por supuesto, de todos modos publicaron y circularon prolijamente. De nada se culpó a las golpeadoras, que no recibieron sanción alguna ni respondieron siquiera por los gastos médicos. Un funcionario educativo se atrevió a decir a los padres de la niña lesionada que “ellos eran los verdaderos responsables por introducir a su hija en un ambiente hostil, para el que no estaba preparada.”

El caso más reciente es el del adolescente que apareció hipotérmico, fracturado del cráneo y otros sitios, prácticamente muerto dentro de un riachuelo, luego de una andanada salvaje de varios jóvenes en un fraccionamiento de lujo en Xalapa, pero por supuesto no es el único. Si esto es “pan de todos los días”, ¿por qué nos asombra que un mozuelo de doce años presuma sus fechorías como sicario, que aparezca retratado sonriente mientras abraza y juega con el cadáver de alguien que evidentemente fue brutalmente torturado, que “suba a la red” videos en los que personalmente degüella a sus rehenes, que presuma de cobrar tres mil dólares de honorarios por cada ejecución violenta e incluso, de matar albañiles y taxistas inocentes cuando no encuentra a sus verdaderas víctimas, para no privarse del estipendio?, ¿por que nos extraña que sus pequeñas hermanas, “Las Chavelas”, formen parte activa de su red criminal y que a sus doce, cuando su cuerpo es aún el de un niño, “el Ponchis” exprese “legítimos deseos de sucesión” para ocupar el sitio que dejó vacante Arturo Beltrán Leyva?

Es momento de replantearnos en serio lo que estamos haciendo con nuestros jóvenes, lo que estamos haciendo con el futuro que queda.

antonionemi@gmail.com