COSAS PEQUEÑAS



MEDICINAS MORTALES



Juan Antonio Nemi Dib




1.- Estábamos en el salón de juntas de la delegación de la Cruz Roja cuando repentinamente las aterradoras voces de una mujer llenaron todo el edificio clamando desesperadamente. Eran auténticos bramidos que provenían del área de urgencias del hospital. Nos fue fácil adivinar el origen del dolor manifiesto: la hijita de la señora, que tendría cuatro o cinco años, había muerto. Pero la causa del fallecimiento la conocimos hasta después: con muchas dificultades, los padres de la pequeña habían pagado los servicios profesionales de un doctor que había prescrito a la niña un medicamento al que la pequeña resultó alérgica, provocándole reacciones con la primera dosis; más tarde, el padre decidió que una medicina y un médico tan costosos para ellos no debían desperdiciarse, suponiendo que la niña ya no tendría reacciones y obligó a la mamá –contra la voluntad de ésta— a darle a la niña la segunda ración de fármaco. Fue una decisión fatal.

Habrán pasado ya trece años y aún no consigo borrar de mi memoria los gritos desgarradores que -de vez en vez— se encargan de recordarme esta historia negra.

2.- Jannet no ha cumplido cuatro años de edad y desde hace uno va a la estancia infantil durante buena parte del día, puesto que su madre es jefa de familia, única responsable del sustento –y de la educación de la menor, por supuesto— y para lograrlo cumple con dos trabajos de ocho horas diarias cada uno que apenas le permiten completar los ingresos necesarios.

La semana pasada Jannet tenía fuerte temperatura cuando la recogieron en la guardería; presentaba algún enrojecimiento de la piel y malestar general. La temperatura de su cuerpecito aumentó en el transcurso de la tarde y tuvieron que aplicarle medicinas. Tiempo después Jannet recordó que en la escuela le habían picado la nalguita con una jeringa y en sus medias palabras se lo dijo a su atribulada madre; resulta que en la guardería, sin pedirles autorización, sin avisarle a sus padres –antes o después de hacerlo—, sin conocimiento de sus pediatras, alguien decidió que a todos los niños se les inyectara una vacuna que produce reacciones como las que tuvo Jannet. Me explican que algunos medicamentos podrían interferir con la acción de ciertas vacunas pero también reaccionar, produciendo trastornos severos y hasta graves en los pequeños organismos infantiles. Esta vez no pasó a mayores, venturosamente.

3.- A la nieta de Tere, de dos años, la llevaron con la doctora del barrio para que le atendiera una severa bronquitis. Les cobró cien pesos de consulta y doscientos por los medicamentos que ella misma les surtió. Al segundo día los papás de la nena se dieron cuenta que el antibiótico que les vendió la doctora estaba caducado desde meses atrás. Fueron a verla de inmediato pero la doctora les dijo que no se preocuparan, que “el medicamento conserva sus propiedades”, que “la fecha de caducidad es un mero requisito inútil”, que “aún si caducara no hace daño” y les dijo que continuaran dándoselo a la pequeña.

Los países que carecen de tecnología y recursos de investigación para desarrollar y fabricar medicamentos enfrentan problemas muy difíciles con la industria farmacéutica multinacional; estas empresas monopólicas responden a su vocación mercantil natural de ganar dinero y la salud de las personas es un medio para obtener ganancias, no un fin en si mismo. Brasil no es el único país dispuesto a romper las patentes de medicamentos contra el sida, debido a que los precios comerciales de las medicinas son impagables para la mayoría de los pacientes.

Hay quienes aseguran que los medicamentos genéricos e intercambiables, así como los que surten en las instituciones públicas de salud, no pasan por los mismos controles de calidad que las medicinas comerciales y que, por lo tanto, su efecto es poco o nulo. Independientemente de lo cierto o falso de esta versión, la gente suele creerlo, en provecho de laboratorios farmacéuticos y boticarios.

Igual que con los chiles verdes frescos, la ropa de marca o los libros de escritores famosos, la piratería china invade el mundo con millones de dosis de medicinas falsas o adulteradas que, se ha comprobado, causan muchísimo daño e incluso la muerte a quienes las consumen. Sólo en Panamá fallecieron cien personas a causa de esos medicamentos “Made in China”. Zheng Xiaoyu, ex director de la Administración Estatal de Alimentos y Medicinas de China fue condenado a muerte por estas prácticas, pero el problema sigue, hasta con las pastas de dientes.

Estos asuntos de medicinas, sin embargo, parecen menores frente al gigantesco problema que significa la prolongación de la vida de los seres humanos y los altos costos de los medicamentos que han de pagarse durante las últimas tres décadas de la existencia, para mantener la salud y la independencia de los pacientes: llegar a viejo y hacerlo, además, con calidad de vida, cuesta muchísimo dinero, independientemente de quién lo pague, las instituciones de seguridad social o los propios pacientes.

Pero el mayor problema sigue siendo, sin duda, la irresponsabilidad con que manejamos en México las medicinas; algunas terminan siendo mortales: el remedio peor que la enfermedad.

COSAS PEQUEÑAS


CIEGOS

Juan Antonio Nemi Dib


José Saramago es uno de los grandes de la literatura contemporánea. Este novelista acumula unos 40 premios internacionales. Es un individuo audaz y dispuesto a romper convenciones todo el tiempo, sus obras desatan inevitablemente intensos debates y su estilo violenta las leyes elementales de la gramática. Saramago es audaz y atreve a cosas como vaticinar a sus paisanos portugueses la futura desaparición y fusión de su país con España, lo que le ha causado –sin el menor pudor o incomodidad para él— un clima de tal adversidad que pasó desde el desprecio y la burla hasta la propuesta de linchamiento, incluyendo a quienes lo acusaron de senil, sin importar a sus críticos que en 1998 Saramago consiguiera el Nóbel de literatura para su país.

La aventura de leer completa su producción queda reservada para los expertos, no sólo por abundante sino por compleja y –en ciertos momentos densa— pero hay obras de Saramago que son ineludibles para cualquier persona que reflexione sobre el futuro de nuestra especie y la condición del género humano.

Una de ellas, el ENSAYO SOBRE LA CEGUERA, le estruja a uno el alma y lo mantiene en vilo, pues la trama con todo y su profundidad, conserva siempre el suspenso y no se puede interrumpir la lectura de ese texto que atrapa a los lectores. Una gran epidemia de ceguera asola progresiva pero rápidamente a un país, llevando a su límite a las instituciones, pero sobre todo a las personas que sufren la repentina enfermedad; como resultado de este contagio colectivo de origen desconocido, aflora la naturaleza más bestial de los hombres, manifestando sin barniz ni escondite los apetitos que “en condiciones normales” nuestra civilización suele mantener ocultos, conteniendo forzadamente y reduciendo mediante acuerdos generalmente aceptados, nuestra infinita capacidad de hacer daño. Con la ceguera colectiva a cuestas, en la novela no valen ni civilización ni acuerdos sino apetitos y fuerza animal.

El argumento central consiste en esclarecer si la protagonista es capaz de actuar responsablemente cuando todo lo que le rodea se le muestra adverso e incomprensible y cualquier esfuerzo parece inútil. Pero, en estricto sentido, el “Ensayo…” no se refiere a la ceguera física, es decir, la pérdida de visión en los ojos, sino a la ceguera del alma, esa que nos imponemos deliberadamente para no ver aquello que no nos conviene o que nos disgusta.

La lectura del “Ensayo…” nos recuerda que la obstinada cultura moderna del confort nos ha llevado a mejores condiciones de existencia en lo material para vivir más tiempo, en abundancia, con menos esfuerzos, menos peligros y menos enfermedades; pero esa la cultura del confort también es una cultura de ceguera colectiva –como la que describe Saramago—, que nos induce a esconder lo malo, lo que molesta y, sobre todo, a ocultar lo que produce sensación de culpa. Como reza el refrán: “ojos que no ven, corazón que no siente”.

Gracias a esa percepción bucólica y complaciente del mundo vivimos en medio de una verdadera escenografía dentro de la que no son visibles los muertos por la hambruna en Etiopía o Sudán, las víctimas inocentes de la guerra en Irak, los ecocidios, el tráfico de personas, la opresión china sobre el Tíbet, la prostitución infantil, el riesgo de una guerra nuclear entre India y Pakistán y las modernas dictaduras mediáticas –no menos opresivas que las de viejo cuño—. Si acaso, estas tragedias nos parecen leyendas lejanas en el tiempo y en la geografía, que en nada nos incumben y que es mejor y más placentero ignorar.

Probablemente, desde allá, en aquéllos países, también quieran limitarse a sus propios problemas y su ceguera inducida les haga ignorar que 24 de cada mil niños mexicanos están condenados a morir antes de cumplir un año de edad, que cada doce meses perdemos (quizá irremediablemente) 260 mil hectáreas de bosques y selvas, que 2’773 mexicanos murieron ejecutados en 2007, que los homicidios de policías mexicanos crecieron 62% en un año, que debido a su contaminación, sólo 27% de nuestras aguas superficiales tienen calidad aceptable y que al menos 30% del agua “potable” se pierde por fugas en las redes, que una de cada cinco familias mexicanas tiene por jefa a una mujer responsable del ingreso (muy probablemente por la irresponsabilidad de su pareja) y que, según PEMEX, las reservas probadas de hidrocarburos garantizan nuestro consumo de energía para menos de diez años.

Si nosotros no somos conscientes de nuestra realidad, porque nos resulta desagradable y “le damos la vuelta”, ¿por qué tendrían que atender nuestros problemas en otros sitios del mundo? Hasta nos molestaría que se metieran en nuestros asuntos.

“No hay peor ciego que el que no quiere ver”. Grave cuando se trata de muchos. La ventaja es que se trata de una ceguera temporal, que desaparece en el momento en que nosotros queramos y que no requiere de cirujanos oculistas; basta la decisión de enfrentar nuestros problemas colectivos seriamente y con responsabilidad, como lo hemos hecho exitosamente en el pasado. Nada ni nadie nos obliga a ser un país de invidentes.

antonionemi@gmail.com

Cosas Pequeñas


VIOLENTOS


Juan Antonio Nemi Dib



La madrugada del viernes 16 de diciembre de 2006 hacía mucho frío en Barcelona, apenas 5 grados centígrados. María del Rocío Endrinal Petit de 51 años de edad, decidió refugiarse dentro de la cabina de un cajero automático como solía hacerlo frecuentemente, al no tener casa donde vivir. Poco después de la una de la mañana, Ricard y Oriol, ambos jóvenes de 18 años de edad, ingresaron a la sucursal bancaria y arremetieron contra la mendiga, insultándola y golpeándola en diversas partes del cuerpo. Como pudo, la mujer logró expulsarlos de su improvisada vivienda y cerró la puerta por dentro. Sin embargo, un rato más tarde surgió en escena Juan José, a quien Ricard y Oriol reclutaron como cómplice para su diversión nocturna. Mediante engaños y fingiéndose cliente del banco, Juan José, de 16 años de edad, logró que Rocío le abriera la puerta del cajero.


Con la entrada franca, Ricard y Oriol aparecieron de nuevo con una garrafa de solvente que derramaron dentro de la sucursal bancaria y al que prendieron fuego con un cigarro. 6 horas después, María del Rocío murió en el hospital, con el 65% de su cuerpo quemado y luego de una agonía verdaderamente desgarradora. Interrogados por la policía, los muchachos dijeron que “se les fue la mano”.


Medina del Campo, en Valladolid, es una población española de poco más de 21 mil habitantes. Apenas el 7 de enero, hace cinco días, este poblado se colocó en los titulares de la prensa gracias a 21 de sus habitantes más jóvenes. Aparentemente, Pilar de la Fuente, de 43 años de edad, salió de su casa a pedir al grupo de preadolescentes, entre los que había 3 jovencitas, que cesaran de arrojar piedras contra su casa. Los padres de los muchachos responsabilizan a Pilar del inicio de la trifulca, pero es inobjetable que la señora tiene muchos golpes contusos en varias partes del cuerpo, incluyendo la cara, y hecho polvo el dedo medio de la mano izquierda, que le quebraron deliberadamente.


Desde hace dos o tres años, las golpizas tumultuarias contra personas de cualquier edad y sexo sorprendidas a todas horas en cualquier sitio de Europa son argumento de moda para miles de videos domésticos grabados con teléfonos celulares de jóvenes que compiten por conseguir las escenas más violentas; las grabaciones se intercambian y circulan masivamente a través de la Internet, lo que sorprende por no sólo por su crueldad y falta de sentido, sino por lo apetecidos que son estos grotescos testimonios entre sus enorme y emocionado público.


El caso más dramático de todos es posiblemente el de Cho Seung Hui, de 23 años de edad, que asesinó a 32 personas y luego se suicidó, en la Universidad Politécnica de Virginia, en abril del año pasado.


Pero nos equivocamos (o nos hacemos muy tontos) si pensamos que esta violencia juvenil es producto exclusivo de ultramar o de la mórbida sociedad estadounidense. Hace apenas unos días mis compañeros de clase y yo vivimos la experiencia nada grata de un grupo de jóvenes estudiantes de secundaria que transformaron una simple travesura (tocar el timbre y correr) en una escena ofensiva de violencia reprimida, carencia absoluta de solidaridad y ausencia total de respeto por los derechos de los demás.


Nuestras pandillas juveniles ‘made in México’ son, quizá, la cara más visible de un segmento social para el que “los otros” tendrán casi siempre el carácter de adversarios: los “rucos”, los “fresas”, “los ricardos”, las leyes, la “tira”, los maestros, las otras pandillas, los curas, los médicos, etc. Todo parece agraviarles, todo parece oponérseles.


Las pandillas juveniles no sólo se defienden, también atacan, delinquen deliberadamente y, con mucha frecuencia lo hacen con fines de lucro, es decir, para obtener provecho material. Algunos de esos jóvenes empiezan tocando timbres y pintando muros, pero progresivamente aprenden que violar la ley produce dividendos. Esos jóvenes no son necesariamente proletarios, no necesariamente pertenecen a familias desintegradas, no siempre carecen de estudios, pero también viven la adicción a la adrenalina; nuestra sociedad los ha vuelto dependientes de las emociones fuertes; empiezan rayando la pintura del coche con un clavo, pero algún día prenderán fuego en la cabina de un cajero automático.


En nuestro tiempo se alimenta la violencia juvenil, para mal de todos, especialmente de los jóvenes.



antonionemi@gmail.com

Historias de Cosas Pequeñas

JAIME SABINES Y LUPE DIB

Juan Antonio Nemi Dib


Tengo muchas cosas por las cuales admirar –y envidiar— a Jaime Sabines. La mas evidente es su genialidad de poeta: sus piezas literarias le tocan a uno las fibras más profundas del alma sin necesidad de complejidades ni sofisticaciones y cada vez que leo uno de sus versos acabo preguntándome por qué caramba no se me ocurre a mi escribir algo similar; Sabines hizo poemas maravillosos diciendo exactamente –pero de forma magistral y sublime— aquello que yo quisiera decir y no puedo ni siquiera en forma elemental.

Ese chiapaneco singular también fue un valiente en muchos sentidos: en plena década de 1940 tuvo los arrestos suficientes para abandonar los estudios de medicina, de los que había cursado tres años, para sustituirlos por los de lengua y literatura española, de los que habría de titularse y luego obtener un postgrado; con todo y sus méritos académicos abandonó la metrópoli y regresó a su tierra natal para ser simplemente comerciante; en medio del conflicto con el EZLN cuestionó públicamente las acciones del obispo Samuel Ruiz que evidentemente no le simpatizaba y cuya intervención en política no compartía, sin temor al linchamiento intelectual de las “fuerzas progresistas”; Sabines rechazó sistemáticamente el papel de “prima donna” de la élite literaria de México y sin el menor recato asumió por convicción una militancia que evidentemente no necesitaba para su provecho personal.

Un texto anónimo lo define con precisión: “Sabines ha sabido ser un ciudadano sin ponerse el uniforme de ninguna burocracia, ni academia, ser poeta sin renunciar a la prosa, salir a la calle sin renunciar al amor, amar sin perder el sentido del humor y sonreír, en fin, en el seno del más lúgubre duelo.”

No sé si queriendo o sin querer, con esa práctica de decir adelantado lo que uno quisiera gritar, Sabines me hurtó, “me agandalló” dirían los jóvenes. Una de sus mejores piezas, cercana a la perfección –me parece— rinde homenaje genial y preciso a su tía:

“Hiciste bien en morirte, tía Chofi,
porque no hacías nada, porque nadie te hacía caso,
porque desde que murió abuelita, a quien te consagraste,
ya no tenías qué hacer y a leguas se miraba
que querías morirte y te aguantabas.
¡Hiciste bien!”

Pero igual la protagonista del poema puede ser Lupe, mi añorada tía Lupe:

“Yo no quiero elogiarte como acostumbran los arrepentidos,
porque te quise a tu hora, en el lugar preciso,
y harto sé lo que fuiste, tan corriente, tan simple,
pero me he puesto a llorar como una niña porque te moriste.”

Necesariamente tengo que preguntarme si habrá sido Lupe la reencarnación de Chofi?, ¿serían almas gemelas?, ¿a quién de ellas describió en realidad Sabines?, ¿pueden existir espíritus idénticos?:

“Tan miserable fuiste que te pasaste dando tu vida
a todos. Pedías para dar, desvalida.
Y no tenías el gesto agrio de las solteronas
porque tu virginidad fue como una preñez de muchos hijos.
En el medio justo de dos o tres ideas que llenaron tu vida
te repetías incansablemente
y eras la misma cosa siempre.”

Hace justo un año que Lupe se fue; su vacío no se llena. Pero queda la poesía de Sabines para paliarlo. También queda el recuerdo de una buena mujer.

Al menos la tía generosa no tengo que envidiársela al poeta, la tuve a plenitud.

antonionemi@gmail.com