Cosas Pequeñas


NECESIDADES

Por Juan Antonio Nemi Dib


Anticipo mi disculpa por este tópico, pero es necesario abordarlo, aunque huela mal, aunque se me acuse de escatológico. Dice la Academia que se trata de ‘suciedades’. Y precisa un poco: las define como inmundicias, porquerías. ¿Por qué suciedades, inmundicias, porquerías? Bien mirado, sin excepción, todos los seres vivos expulsamos residuos metabólicos; lo único que nos libera de excretar es la muerte y eso, sólo después de la “última exhalación”. Consecuentemente, aunque apesten, las defecaciones son un acto vital. No se puede vivir sin evacuar, que es la consecuencia lógica, irreductible, de que no se pueda vivir sin comer. Queda claro que el acto defecatorio es, lisa y llanamente, una necesidad. Y también que, al igual que la muerte, la defecación es liberadora en más de un sentido.

Por eso resultan extraños, por opuestos, los sentidos que los académicos atribuyen a la escatología. De hecho, es apropiado asumir la existencia de dos escatologías: una vital, nutritiva –aunque a muchos les produzca asco— y otra finalista, postrera, que tiene que ver con precisamente con morir.

Salvo excepciones contadísimas, los alimentos suelen ser gratos a la vista y al olfato. Parece que la buena apariencia es condición útil para ingerirlos regularmente y no como algo excepcional; habría que tener condiciones biológicas muy diferenciadas, como las de los escarabajos coprófagos, para irse por ése otro camino que por ahora, en la sociedad de la abundancia, parece rechazado por la mayoría. Ya veremos en el futuro de escasez. De cualquier modo, “¡Come caca!” es una voz imperativa que, dada la agresividad de la vida contemporánea ha perdido fuerza e impacto pero antaño tenía gran potencia para zaherir. Antes podía ser expresión demoledora, ofensa grandiosa, retadora, pero no más. Hoy ni eso: mande usted a alguien a yantar residuos orgánicos y seguro que ni le entenderá y menos le hará caso.

Con toda su estética, con sus aromas y texturas empeñados en ser agradables, no deja de ser pesaroso aunque inevitable que nuestros insumos de vida acaben convertidos en algo que hasta la misma Academia califica con epítetos, algo de lo que nadie quiere hablar aunque curiosa y contradictoriamente se defina con, al menos, 24 sustantivos diferentes: caca, excremento, mierda, evacuación, deyección, heces, suciedad, inmundicia, porquería, boñiga, excreta, excreción, eliminación, emisión, expulsión, detrito, cagada, hienda, humus, estiércol, boñiga, freza, zurullo, residuos; sustantivos que rápido, por cierto, pueden adjetivar.

En el norte de España este acto vital posee un poco más de dignidad: “hacer del vientre”, le llaman. No son pocos los que, atribulados por las implicaciones nominativas, prefieren llamarles –a las defecaciones— deposiciones, en contravención al sentido jurídico del término. ¿Tendrán algo qué ver las declaraciones judiciales y las degradaciones jerárquicas con las personas que se zurran, es decir, con quienes “se van del vientre involuntariamente?”.

En México el concepto presenta derivaciones e implicaciones para otros ámbitos de la vida: cagón es el imberbe que quiere un rol de vida que aún no está a su altura, un rapaz que no acaba de aprender a gobernarse solo, el que abusa del tiempo y el espacio para dejar hueco y disponible su tracto intestinal por lo que se la pasa conjugando el verbo en gerundio, el que tiene miedo y no acomete empresas difíciles. Cagada es un error mayúsculo, igual que una persona mierda es, por esencia, tacaña, falta de solidaridad, medrosa, egoísta.

Puede compararse, la orgánica, con una función industrial: se reciben materias primas, se procesan, se condensan, se reducen a su mínima expresión en el nivel más primario, el celular, y se sintetizan, “se desdoblan”, dicen los químicos. Explican que dichas substancias transmutan en energía, que son suministro sine qua non –junto con el oxigeno— sin el que nomás no habría nada de nosotros. Pero el resultado final ahí está, por lo regular hediondo y desagradable, aunque siempre presente.

El asunto también tiene que ver con magnitudes, dado que hubo, hay y habrá tantas defecaciones como seres humanos y animales tenga el planeta. A propósito, cabe un poco de aritmética: dicen los tratados de gastroenterología que todo depende del volumen de la ingesta, pero han fijado en 200 gramos diarios, más menos, la cantidad final promedio del resultado alimenticio de un individuo normal (¿quién caramba se puso a pesarla?). La última estadística de los organismos demográficos internacionales habla de 6’800 millones de habitantes en el mundo. Ello arroja la sorprendente cifra de 1,360’000 (un millón trescientas sesenta mil) toneladas de excrementos humanos esparcidos por todo el planeta ¡cada día!, es decir 496,400’000 (cuatrocientos noventa y seis millones) de toneladas de caca por año. Sorprende que no estemos cubiertos hasta la coronilla. ¿O lo estamos y no nos damos cuenta?

¿Cuánto papel y cuánta agua se necesitan para ocultar las huellas del residuo? ¿Cuántos árboles se tumban para mantener en condiciones razonables de higiene los sitios de expulsión? ¿Cuánto tiempo destinamos los seres humanos a este proceso de abandono residual?, ¿en cuánto impacta –y daña— el acto defecatorio a la vida de las naciones? ¿Cuánto espacio planetario está destinado específicamente a estas actividades, tanto el acto excretor como el destino final de lo salido? ¿Cuántas personas lo hacen al aire libre y diseminan partículas que se suspenden en la atmósfera para alergia e infección de muchos? ¿En qué pensaba Andy Warhol cuando la enlató y se puso a venderla? ¿Podrá alguien descubrir un uso efectivo y rentable del más verdadero y esencial producto humano? ¿Habrá conciencia de que es contaminante y muy infecciosa pero inevitable? Y no hablemos del tiempo (im) productivo que se invierte en defecar, así se use para la lectura de malos artículos como éste u otras “actividades complementarias”.

Es prudente (y también inevitable) encontrar una solución de fondo a este asunto de las excretas. No vaya a ser que nos reviertan la fórmula y que la substancia, convertida en eso que apesta, bordee nuestros espacios y acabe definiendo al género humano: el contenido por el continente. Resolver este asunto es otra de las necesidades primarias del género humano.

antonionemi@gmail.com





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¿MAL EDUCADOS?


Por Juan Antonio Nemi Dib




Si hubiera que escoger un buen ejemplo de lo que significa, en términos de comunicación política, un “dardo envenenado”, este es el mejor: “Ante el fracaso del sistema educativo nacional en la evaluación de la OCDE, el Secretario de Educación hizo lo mínimo que se esperaba de él: asumir su responsabilidad. Reconoció que las consecuencias serán ‘devastadoras’ si no se toman las medidas necesarias para corregir el rumbo. Y es que, como bien dijo, una calificación media en el área de ciencias significa ‘mediocridad’, especialmente en un mundo competitivo basado en la economía del conocimiento. En pocas palabras advirtió que la educación se ha estancado, por lo que demandó una mirada humilde y realista a la situación del país. Bastante duro lo que dijo el norteamericano Arne Duncan sobre el nivel educativo de EU. ¿O en quién estaban pensando? ¿En Alonso Lujambio? ¡Para nada! Según el titular de la SEP, nuestro país va... ¡en la dirección correcta!”

La “broma” fue publicada por la columna ‘Templo Mayor’ del diario Reforma, el pasado 8 de diciembre, un día después de que se presentaran en México los resultados de la prueba PISA 2009. Se trata de un programa de carácter internacional promovido por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico -se supone que los 34 países más ricos del mundo, entre ellos México, y otros 31 asociados- que busca evaluar hasta qué punto los estudiantes que van a concluir la educación obligatoria tienen conocimientos suficientes y de calidad para integrarse plenamente en la sociedad del conocimiento. La prueba identifica a los países más exitosos así como los buenos rendimientos y el reparto equitativo de oportunidades de aprendizaje, con el fin de proponer modelos más ambiciosos para otros países.

Las pruebas de PISA se aplican cada 3 años. Miden el rendimiento de alumnos de 15 años en áreas críticas y estudian una gama amplia de resultados educativos, por ejemplo: la motivación de los alumnos por aprender, la concepción que éstos tienen sobre sí mismos y sus estrategias de aprendizaje. Cada una de las anteriores evaluaciones PISA se centró en un área temática concreta: lectura (en 2000), matemáticas (en 2003) y ciencias (en 2006). El programa está llevando a cabo una segunda fase de evaluaciones en el 2009 (lectura), 2012 (matemáticas) y 2015 (ciencias).

Los estudiantes son seleccionados a partir de una muestra aleatoria de escuelas públicas y privadas. Se eligen en función de su edad (entre 15 años y tres meses y 16 años y dos meses al principio de la evaluación) y no del grado escolar en el que se encuentran. Más de un millón de alumnos han sido evaluados hasta ahora. Además de las pruebas en papel y lápiz que miden la competencia en lectura, matemáticas y ciencias, los estudiantes han llenado cuestionarios sobre ellos mismos, mientras que sus directores lo han hecho sobre sus escuelas.

De acuerdo con el boletín oficial de la Secretaría de Educación Pública “Al encabezar la ceremonia de presentación de los Resultados de la Prueba PISA 2009, el Secretario de Educación Pública, Maestro Alonso Lujambio, afirmó que éstos resultados nos señalan que vamos por el camino correcto, ya que nos indican un progreso en la calidad de la educación que se imparte en las aulas mexicanas y, además, nos recuerdan, dijo, que el reto es aún muy importante y nos invitan a multiplicar esfuerzos.”

La posición triunfalista del Gobierno Federal se podría explicar con base en estos resultados: en el año 2000 los 4,600 jóvenes mexicanos medidos alcanzaron una calificación total de 422 en lectura, misma que bajó a 400 puntos en 2003 (se midió a 29,983 muchachos), subió a 410 en 2006 (con 30,971 muestras) y a 425 en la prueba más reciente (con 38,250 exámenes). En matemáticas subió de 385 en 2003, a 406 en 2006 y a 419 en la evaluación de 2009. Y en ciencias, el promedio mexicano pasó de 410 puntos en 2006 a 416 en 2009.

Sin embargo, la crítica de Reforma no es infundada ni gratuita: en realidad, los resultados de la prueba global de lectura colocan a México en el lugar 48 de 65, por debajo incluso que Chile y Uruguay. En matemáticas la calificación nos baja al nivel 51 de 65.

Mejorar un poquito a nivel interno no significará jamás que estemos aplicando el modelo educativo adecuado para las exigencias de la realidad mundial, de hecho, en el plano internacional hemos empeorado y no una minucia. La mejor evidencia está en la autocrítica del Secretario de Educación de los Estados Unidos: ellos, que alcanzaron el nivel 17 en lectura y el 31 en matemáticas, se acusan de mediocres y hablan de “consecuencias devastadoras”.

El modelo educativo de México no es poca cosa ni debiera tomarse a la ligera: se trata de la opción que escogemos para el futuro de nuestra nación. Plagada de falsos debates -educación pública versus privada, educación popular versus educación de calidad, vocación magisterial versus derechos laborales de los trabajadores, educación de masas versus educación de cuadros, educación humanística versus educación tecnológica, desarrollo de habilidades versus adquisición de conocimientos- la discusión está sumamente condicionada por la política, el sindicalismo, los malos salarios de los maestros y los intereses en juego. Parece que ya es tiempo de asumir los retos de fondo en materia educativa.

antonionemi@gmail.com


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PALABRAS

Por Juan Antonio Nemi Dib



“Cuando tengas ganas de morirte
no alborotes tanto: muérete
y ya.”

Jaime Sabines




Nada nuevo ni creativo se dice al afirmar que la palabra es arma poderosa, fuerza explosiva o bálsamo infalible, torrente de pasión o tajo de hielo. Sabemos que la palabra es esencia del pensamiento -razón y lenguaje son indisolubles, coinciden filósofos y lingüistas-, motor de las revoluciones y explicación posible de las cosas: lo que no pueda decirse, lo que no se exprese con una palabra, simplemente no existirá.

Como asegura Carlos Fuentes: “...decir, hablar, es la moneda bien maculada del trato diario. Usamos palabras para amar, pedir, injuriar, exaltar, saludar. Gastamos las palabras en el roce diario del trabajo, el movimiento, el trato con amigos y extraños; el cariño con mujer e hijos, la blasfemia contra enemigos, la adulación de poderosos, la información, la noticia, la conclusión... Las palabras son la moneda de cobre de la vida diaria. Pero pueden ser el conducto que salva a las propias palabras de su condición consuetudinaria y las convierte en oro de la poesía y el pensamiento. Cuesta rebajar la música. Más aún cuesta elevar la palabra”.

Según Noam Chomsky, “la lengua no es un invento cultural, sino una capacidad innata con la que nos ha dotado la naturaleza únicamente a los seres humanos”, es decir, que se nos reserva a nosotros el privilegio de una comunicación sofisticada a la que se accede únicamente mediante ciertas características (biológicas/fisiológicas) que no posee ninguna otra especie. Dicho esto -y difícilmente rebatido- ¿quién podrá discutir el papel de la palabra en el proceso de la civilización?

Las palabras evolucionan, sus significados cambian, se mueven, son dinámicas y hasta orgánicas, como las comunidades sociales a las que sirven y dentro de las que se usan. El ritmo de las cosas exige palabras nuevas, deja en desuso a las antiguas. Las palabras son el mejor testigo de los cambios sociales. Hay quienes viven el gozo profesional de biografiarlas, de recrear su historia -los filólogos- y de medirlas en los contextos en que fueron aplicadas.

Las palabras atraen, seducen. Pero también alejan, asustan, incluso destruyen. Las palabras describen realidades, precisan hechos... y pueden falsearlos, exagerarlos, confundirlos, minimizarlos, distorsionarlos, empequeñecerlos, quitarles sentido, desnaturalizarlos, de plano inventarlos, fabricar leyendas. Las palabras que corren y se transmiten de boca en boca -rumores-, a veces “sotto vocce”, ahora también en las anónimas “redes sociales”, pocas veces hablan de amor, de confianza, de solidaridad, de responsabilidad, pero por alguna extraña razón, cuando son usadas así se nos convierten en creíbles, se constituyen en “hechos ciertos”, convencen de lo malo, que no de lo bueno. Las palabras así usadas no implican compromiso y quizá por ello, precisamente por eso, se tornan en verdaderos torrentes que acaban desembocando en océanos de confusión y desaliento. Las palabras pueden asesinar a las esperanzas, a los sueños, a la libertad, al prestigio, al crédito, a la libertad, a la paz.

Las palabras pueden ser verdaderas ráfagas y no siempre de aire fresco. Pueden ser peores que balas. Habría que usarlas con cuidado.

La botica.- Recibí esta queja en mi buzón de correo. Conozco y he sufrido en carne propia una experiencia similar, muy desagradable, por ello comparto el texto, a cuyo autor respeto: “...escribo para pedir su amable intervención, aunque sé que me puede causar reacción negativa, creo que es mi deber como ciudadano de Xalapa, denunciar públicamente, a nombre propio y de mis vecinos cercanos a la Plaza Animas, un antro que escandaliza a altas horas con música estridente, antro autorizado y tolerado por el ayuntamiento anterior, que ha ido generando más y más molestias y riesgos para quienes vivimos en esta zona, en principio por el excesivo ruido que a altas horas producen (a esta hora que escribo la música rebasa los limites tolerables para quienes deseamos descansar después de arduo trabajo y no termina hasta casi amanecer, repitiéndose esto cuando menos tres veces por semana), otras porque en la situación de inseguridad que vivimos, este sitio en que rebosan las bebidas, llega a ser peligroso para nuestra integridad, por el estado en que salen conduciendo o bien si a algún vecino afectado se le ocurre ir por cuenta propia a exigir la paz y tranquilidad que merecemos en esta zona habitacional, lo cual pasaron por alto las autoridades respectivas que dieron permiso de operación a este negocio que contribuye al deterioro de la salud de quienes lo frecuentan y a alterar la calma que teníamos y que nuestras familias merecen. Hago este escrito, preocupado y frustrado, después de varios intentos para encontrar alguna autoridad con quien reportar este abuso de parte de los dueños de este establecimiento... para que las autoridades de los tres niveles de gobierno tomen cartas en el asunto, poniendo orden a estos antros y recuperando la calidad de vida y seguridad que teníamos. Considero que lo prudente y justo seria el cierre de este local que en nada contribuye a la armonía y sí perjudica la salud pública.”

antonionemi@gmail.com




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NEOPROFETAS


Por Juan Antonio Nemi Dib




Hay que desconfiar de los evangelizadores modernos, de los falsos profetas contemporáneos -y asiento ‘contemporáneos’ porque no hay duda de que falsos profetas nacieron con el hombre-; el pensamiento racional sugiere tomar al menos un poco de precauciones con los apóstoles de la felicidad (“¡Pare de sufrir!”), con los campeones del dinero fácil (“usted no es rico porque no quiere, realmente no lo desea, ¡atráigalo, piense en positivo -y compre mis libros y películas y tome mis costosos cursos!-”), con los fabricantes de equilibrio corporal mediante magnetos capaces de dar balance al cuerpo a través de una pulserita, con los mercaderes de champús crecepelo, con los promoventes del Übermensch -el súperhombre de Nietzche- y no sólo en el sentido filosófico: “alargue su pene mediante sencillos e indoloros ejercicios”, “tome esta sustancia que no es para quien no puede sino para quien quiere más”...

Más peligrosos aún son los pontificadores, poseedores de verdades absolutas que desde la cátedra, el micrófono, la pluma, el discurso militante e incluso los ministerios sacerdotales, se sienten dotados de la pureza y legitimidad necesarias para “sugerir” al mundo sus verdades y pretender que sus códigos de conducta han de primar sobre el albedrío y el derecho de los otros. Incapaces de reconocer sus propias cuitas e indiferentes frente a éstas -vigas del tamaño de puentes-, finalmente prescriben (imponen y cobran) recetas morales que también parecen mitos, cuentas de colores. Tristemente, es una práctica que también atañe a las naciones -no sólo a los individuos- que se asumen como policías del mundo y pretenden que su ética y sus valores han de imponerse al resto y más triste aún si detrás de tales intencionalidades “morales y progresistas” se esconden en realidad intereses aviesos, torcidos, lo que para desfortuna ocurre casi siempre.

Hay mucho que admiro de los Estados Unidos de América pero no dejo de preguntarme cómo allá logran conciliar el sueño, especialmente sus dirigentes políticos y financieros, después de ciento diez mil civiles inocentes (niños, jóvenes, mujeres, ancianos) muertos en Irak y, hoy, ése país de la Mesopotamia desgarrado, destruido, casi pulverizado, con 50 o 100 años de atraso respecto de como estaba antes de la invasión, irreparablemente confrontado en su interior y desintegrándose, con una diáspora de varios millones de sus ciudadanos en el extranjero, “viviendo” en la miseria, literalmente de la caridad y de la prostitución, expulsados de su propia casa, ahora teñida de sangre, siempre a punto de estallar y ahora, abandonada a su suerte. Pero eso sí... los pozos petroleros cuidaditos, acicalados y funcionando, para pagar los costos de la “pacificación” y la “reconstrucción”.

Así hizo la Unión Soviética con sus repúblicas satélites, sin que a Stalin pareciera importarle un rábano la muerte de veinte millones o más de sus soldados. Así le hicieron los comunistas soviéticos en su prolongada, fallida y costosa invasión “pacificadora y modernizadora” de Afganistán (que a la larga sería una de las razones de la disolución del régimen comunista).

Así le hace China -no menos brusca ni más tolerante- con el Tíbet y con los ocho millones de uigures a los que la alta burocracia privatizadora de la economía (que también intenta hacerlo con el pensamiento) puede impunemente aplastar como moscas y despojar de su tierra, de su lengua, de sus medios de subsistencia, mediante la complacencia/tolerancia del resto de las naciones del mundo. ¿Y por qué tendría que ser diferente si al propio Mao le tuvo sin cuidado la muerte de cientos de miles de sus propios correligionarios durante la “Larga Marcha” y millones más durante su mandato?

Así fueron los brutales expolios impuestos a África por las potencias con el discurso de “modernizar, evangelizar, sacar del atraso, llevar el desarrollo e introducir las ventajas de la civilización” y, en realidad, practicar un saqueo sin límites, una salvaje explotación de los recursos naturales, prácticas homicidas recurrentes y masivas, igual que la mutilación, la tortura y el secuestro de millones y un sistema de de explotación del trabajo que ahora Vargas Llosa describe con nitidez en “El sueño del celta”.

Es difícil aceptar que quien lleva un mensaje de paz, de aliento, y deseos de progreso y superación para quienes él supone que lo necesitan, lo haga mediante la fuerza, la imposición (algo así como “te pego/te mato/te robo porque te quiero”). Cuesta trabajo pensar que el régimen de Beijing mantenga ocupada Lasha y reprimidos a los monjes budistas como un acto de “buena fe”. ¿Quién puede afirmar que el petróleo propio y ajeno no subyace en la esencia del conflicto iraquí?, ¿acaso es un acto de caridad el andar por allí promoviendo cachos de polietileno con una pequeña calcomanía que -dicen- son la nueva panacea?

A fin de cuentas el gran problema radica en las falsas profecías (como la de “dinero fácil, aquí y ahora”), en la expectativas frustradas y, hay que decirlo, en que la decencia -modestia y dignidad, precisa el diccionario-) y los buenos propósitos andan escasos y, peor aún, en que la lógica sugiere que los ejercicios aumentadores no funcionan y el pelo nuevo no sale por ningún lado.

antonionemi@prodigy.net.mx




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ESPERANZAS CANCUNENSES


Por Juan Antonio Nemi Dib




Hay científicos más o menos serios que atribuyen la mayor parte del cambio climático y sus consecuencias a los ciclos naturales de movimiento astronómico del planeta, principalmente la modificación de su eje de traslación, de tal manera que -según ellos- se trata de ciclos “inevitables”. Esta argumentación se ha patrocinado también como parte de las estrategias publicitarias de las grandes corporaciones petroleras y, en general, de los países que producen enormes cantidades de gases como resultado de su gasto energético.

Sin embargo, se ha demostrado de manera inobjetable que más allá de la evolución “normal” del clima, hay causas provocadas por el hombre -antropogénicas- en el cambio climático, fundamentalmente el “efecto invernadero” (la retención del calor que emite la superficie de la Tierra luego de ser calentada por la radiación solar, retención debida a la acumulación de gases que impiden a esa energía regresar inmediatamente al espacio). Las distintas simulaciones prevén incrementos de temperatura de entre 1.4 y 5.8 grados centígrados en el año 2100.

En la comunidad de investigadores hay acuerdo sobre las consecuencias del calentamiento global: cambio en los patrones climáticos, sequías más prolongadas e intensas, incremento de los incendios forestales -y de las emisiones causadas por éstos-, tormentas más intensas en áreas específicas del planeta, olas de calor de consecuencias funestas para los seres vivos, propagación de insectos portadores de enfermedades a regiones que antaño les eran inhóspitas, mayor frecuencia de huracanes y mucho mayor potencial destructivo de éstos, derretimiento de glaciares y deshielo temprano (los científicos advierten que, de continuar el ritmo actual de incremento de la temperatura planetaria, para el verano del año 2040 el Ártico habrá perdido todo el hielo), aumento en los niveles de los océanos e inundación de territorios, principalmente islas y zonas de litoral, como las partes bajas del Golfo de México (que por supuesto incluyen partes de Veracruz y casi todo Tabasco) y trastornos a los ecosistemas que producen desaparición de especies animales y vegetales.

Frente a esta realidad peligrosa y en un incipiente ejercicio de acuerdo internacional, durante la “Cumbre de la Tierra” celebrada en Río de Janeiro, Brasil, en 1992, se firmó la “Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático” que ya desde entonces fue rechazado por algunos países (lógicamente, los grandes generadores de emisiones atmosféricas). Ese documento, siendo importante por su condición de precursor, pionero, no tenía efectos vinculantes -no era obligatorio para todos- y se daba en un momento en el que aún existían dudas sobre los efectos reales del cambio climático.

El 11 de diciembre de 1997 se firmó en Kioto, Japón, un nuevo protocolo sobre cambio climático también auspiciado por la ONU y como seguimiento al de Río de Janeiro. Las diferencias respecto del anterior fueron su carácter obligatorio y la fijación de objetivos concretos (según algunos, demasiado rígidos) para la disminución de emisiones atmosférica. Fue ratificado por 187 países, aunque lamentablemente tanto China como los Estados Unidos de América -los dos más grandes generadores de gases de invernadero del mundo- se negaron a firmarlo. Entró en vigor el 16 de febrero de 2005.

Del 7 al 18 de diciembre de 2009 se realizó en Copenhague, Dinamarca la 15ª Cumbre de la ONU sobre Cambio Climático con la presencia de representantes de 189 países, a fin de renovar el Protocolo de Kioto, cuyo vencimiento está previsto para el 2012. Su resultado se consideró un fracaso, debido a que los acuerdos resultaron insustanciales y los participantes se vieron obligados a posponer durante un año las deliberaciones.

En cambio, la Cumbre de Cancun, celebrada en diciembre pasado con México como anfitrión y precisamente como continuación de la de Copenhague, abrió “una nueva oportunidad a la negociación multilateral sobre cambio climático”. Buenos resultados: es la primera vez que la ONU asume de manera concreta y específica compromisos sobre este tema y, aunque de manera parcial y condicionada, EUA y China se asumen como parte responsable de la reducción de emisiones de gases de invernadero.

Los países en desarrollo que no talen bosques recibirán estímulos, se crea un fondo verde que en 2020 deberá disponer de 100 mil millones de dólares para enfrentar el cambio climático, la ONU recupera protagonismo en la gestión de los acuerdos, la participación fue de 193 países -4 más que en Copenhague-, se pactó una nueva ronda de negociaciones para conseguir la prórroga del Protocolo de Kioto, se convinieron sistemas de financiamiento de los países ricos hacia los pobres (30 mil millones de dólares), se pactaron acciones para limitar la subida del clima a sólo 1.5 grados y China aceptó un sistema de verificación y monitoreo de sus emisiones. Sólo Bolivia, en un claro alarde demagógico y carente de sustento, pretendió denunciar los acuerdos, que fueron aplaudidos por el resto de las delegaciones, ¡incluyendo la de Venezuela! El desempeño de la canciller mexicana, presidenta de la Cumbre, Patricia Espinoza, resultó realmente genial y merecedor de reconocimiento por tiros y troyanos. Felipe Calderón no estuvo mal, nada mal. Una buena, muy buena.

En materia de cambio climático nos queda una esperanza. Parece que 2011 empieza bien, al menos en esto. Felicidades a todos.

antonionemi@gmail.com