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LOS PRÍNCIPES

Por Juan Antonio Nemi Dib



Muchas y dificilísimas encomiendas recibió Nicolás Maquiavelo de la República Florentina. Hay testimonios de que, en general, las desahogó con eficiencia: negarle más tributo a Jacopo IV d’Appiano, cuyas tropas alquiladas protegían a Florencia pero evitando la ruptura con éste; convencer a Caterina Sforza de seguir aportando los soldados comandados por su hijo para combatir en nombre de Florencia; representar a la Señoría Florentina ante el rey Luis XII de Francia y su corte para mitigar los daños de un severo desencuentro que ponía en peligro la relación con los galos, entonces los únicos aliados de la República; parlamentar una y otra vez con el intrépido y despiadado hijo del Papa, su admirado César Borgia para evitar que destruyera las instituciones florentinas y la propia ciudad; negociar los intereses de Florencia ante el hostil Estado Vaticano y particularmente ante el nuevo Papa, Julio II...

Pero dos proezas por encima del resto se le reconocen a Maquiavelo: la reconquista de Pisa –un logro militar, económico y político de gran trascendencia para la República Florentina— debida en gran parte a la iniciativa y el genio de Nicolás, y el diseño, aprobación y ejecución de la ordenanza que permitió a la República contar por primera vez en mucho tiempo con su propia milicia, de escasa experiencia y menor fuerza pero mucho mayor compromiso que el de los traidores y acomodaticios mercenarios.

Más de una vez debió Maquiavelo pedir dinero prestado para concluir sus encomiendas; con frecuencia no disponía de fondos ni para el pago de los correos que trasladaban la correspondencia diplomática a sus jefes. En cierta ocasión estuvo a un tris de vender los caballos y volver a Florencia caminando desde Francia, pero lo salvó el empréstito de unos buenos mercaderes. No se quejaba, ni siquiera por las largas ausencias y la distancia de los suyos; obviamente gozaba con su chamba.

Hombre de vicios y virtudes, tuvo ambos en plena dimensión humana. No escapó de la envidia y las intrigas palaciegas: fue cuestionado por las deudas de su padre (chisme que al final no pasó de lo anecdótico) y en cierto momento fue desplazado de importantes misiones diplomáticas por carecer de suficiente linaje y la prosapia familiar necesarios –según algunos maquinadores celosos— para representar a la República, valiendo un cacahuate los servicios ya prestados a Florencia y su espectacular historia de éxitos diplomáticos, así como su reconocida habilidad para salir avante aún en los momentos más peliagudos.

Ni siquiera en medio de esas crisis Maquiavelo dejó de observar los fenómenos políticos y documentar –en cartas, ensayos y hasta versos— sus observaciones sobre la lucha por la obtención y el mantenimiento del poder. Sus libros (y no sólo “De Principatibus”) contienen lecciones vitales para cualquier hombre de Estado, sustentadas en la experiencia y la portentosa capacidad de análisis de Nicolás.

Se recuerda especialmente el irónico ‘sueño de Maquiavelo’, que repitió en su lecho de muerte: “…los grandes hombres que fundaron, gobernaron bien y reformaron repúblicas con sus obras y con sus escritos no gozan con beatitud de la eternidad en el sitio más luminoso del universo [como lo había soñado a su vez Escipión]… van en cambio al infierno, porque para llevar a cabo las grandes obras que los inmortalizaron violaron las normas de la moral cristiana.” Así, para Nicolás “el infierno se vuelve más bello e interesante que el paraíso, si ahí están los grandes hombres de la política”, escribe Mauricio Viroli.

Lección de política práctica de Maquiavelo: “En cuando a los hombres poderosos, o no hay que tocarlos o, cuando se toca, hay que matarlos.” Los hombres deben ser acariciados o aplastados. Se vengan de las injurias ligeras, pero no pueden hacerlo cuando son muy grandes. Y según él, la culpa es de la especie: sería estupendo que el príncipe fuese generoso, bienhechor, compasivo, fiel a su palabra, firme y valiente, afable, casto, franco, grave, religioso. Pero esto apenas si es posible: la condición humana no lo permite.

Para ser un gobernante exitoso, afirma Maquiavelo, es indispensable que el príncipe tenga los medios de coacción, que esté en situación de obligar por la fuerza: todos los profetas armados han vencido, los desarmados han fracasado. Los pueblos son naturalmente inconstantes y si es fácil convencerles de algo, es difícil arraigarles en ese convencimiento; por eso es necesario, cuando ya no crean, hacerles creer mediante el poderío. Es fácil interpretar este pensamiento como un compendio de cinismo cuando, en realidad, lo que plantea precozmente con gran sapiencia es el principio de autoridad como condición esencial de la existencia del Estado; siglos después Max Weber y Hans Kelsen habrían de puntualizarlo: sin el monopolio de la violencia legítima nomás no hay autoridad, ¿o sí?

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MAQUIAVELO

Por Juan Antonio Nemi Dib



Me pregunto qué diría si supiera la cantidad de equívocos y malas interpretaciones que se han hecho de él y de sus escritos. Su nombre llegó a convertirse en sustantivo: maquiavelismo (modo de proceder con astucia, doblez y perfidia) y adjetivo: maquiavélico (persona sin compromisos éticos, que diseña y aplica estrategias perversas, generalmente ocultas, para obtener fines que no siempre son lícitos). Ocurre que muchos de quienes lo citan no lo han leído nunca, a pesar de lo cual se le refiere una y otra vez como explicación de todo lo malo que puede haber en la política.

Nació cerca de Florencia, en 1469. Hijo de una familia noble pero venida a menos, Nicolás Maquiavelo se vio obligado a trabajar desde muy joven. No fue un personaje de grandes vuelos durante los 58 años de su vida, pero nadie duda de su influencia posterior y de su importante aportación al análisis del poder; de hecho, se le considera uno de los fundadores, si no el fundador, de la ciencia política.

Su vida y sus obras están claramente condicionadas por 3 hechos: el Renacimiento, la disgregación de la confrontada Italia y la lucha de poderosos grupos rivales en Florencia. En su tiempo se habían descubierto América y la nueva Ruta de Indias, lo que constituía una revolución económica de enormes proporciones y prácticamente cada ciudad europea de importancia contaba con, al menos, una imprenta, dando paso a la célebre democratización del conocimiento que caracterizó al fin de la Edad Media.

El individuo se convertía en el nuevo sujeto de la historia, en sustitución de las corporaciones y los gremios y se daba paso a las técnicas como mecanismo de mejora de la vida cotidiana, en lugar de la actitud reservada y contemplativa con visión teológica que había prevalecido durante más de mil años. Filósofos y pensadores regresaban a estudio de los grandes clásicos (Homero, Platón, Aristóteles, Avicena y muchos más) y se producía una verdadera explosión en la ciencia y en las artes. Era una época que invitaba a tomar posesión inmediata del reino terrenal, incluyendo sus disfrutes estéticos, intelectuales y carnales.

Maquiavelo fue un agudo observador de todo esto, pero también de la disputa por el poder, de la que en buena medida tomó parte. Durante unos 15 años trabajó en el servicio público, desempeñando funciones administrativas y diplomáticas; en más de una ocasión fue enviado como observador de elecciones (¡y no existía el IFE!) y otros hechos relevantes que los dignatarios florentinos consideraban de interés para ser vistos y narrados por su agente. Fue testigo y víctima de las intrigas palaciegas y dicen que participante en alguna que otra conspiración: estuvo preso y fue torturado, además de que intentó sin éxito cambiar de bando cuando nuevos actores se hicieron del poder en su amada Florencia.

Su principio analítico era contundente: “más conveniente ir tras la verdad efectiva de la cosa que tras su apariencia”. Este postulado implicaba, también, observar los fenómenos políticos desde su realidad, es decir, las cosas como son y no como se supone que deberían ser. Su texto más “conocido” es “El Príncipe” pero la verdad es que ni siquiera se llama así (su real nombre es “De los Principados”); en él se proponía explicar cuál es la esencia de los principados, de cuántas clases los hay, cómo se adquieren, cómo se mantienen y por qué se pierden. No le ocupaba la legitimidad de la adquisición; él se movía en el dominio desnudo de los hechos, es decir, de la fuerza. Y esto lo explicaba a partir de que el triunfo del más fuerte es el motor esencial de la historia humana. Ni a Maquiavelo ni a sus contemporáneos les frustraba este hecho al que consideraban completamente natural, trivial; era la visión de quienes veían a los poderosos, inmisericordes, imponerse sobre los débiles y, además, aplastar a sus adversarios, hasta que ellos mismos eran eliminados por otros más audaces o más poderosos, en medio de un ciclo interminable.

“El deseo de adquirir es, sin duda, una cosa ordinaria y natural y cualquiera que se entrega a él estando en posesión de los medios necesarios, es más bien alabado que censurado por ello, pero formar este designio sin poder ejecutarlo es incurrir en la reprobación y cometer un error.” También afirmaba que para todo Estado, antiguo, nuevo o mixto, “las principales bases son buenas leyes y buenas armas” pero no puede haber buenas leyes allí donde no hay buenas armas. En pocas palabras: un príncipe sin fuerza para imponerse acabará derrotado, si no destruido. No dejaba todo a la suerte: el hombre puede y debe resistir a la fortuna, prepararle con su virtú duros obstáculos, hasta conviene que se muestre impetuoso frente a ella, pues “es mujer” pronta a ceder a los “que usen de violencia” y la traten rudamente, a los jóvenes “impetuosos”, audaces, autoritarios, más bien que a los jóvenes maduros, circunspectos y respetuosos. Un feminista no era precisamente.

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EN EL FONDO DEL NARCO

Juan Antonio Nemi Dib


Posee una fuerza destructora que petrifica e inutiliza al más plantado. Impone su triste y conocida ley, “plata o plomo”, que como dice algún analista, siempre acaba como “plomo o plomo”. Se propone, en palabras del propio Presidente de la República, sustituir al Estado y hacerse del control político en todo el territorio nacional. Produce dolor a miles de familias y zozobra a cientos de miles. ¿Por qué ha llegado a estos niveles?, ¿qué o quiénes han permitido que toda la nación sea rehén de una espiral de violencia que sigue y sigue?, ¿qué hay detrás de las redes del narcotráfico?

1] La esencia del problema está en el consumo. Así de simple. Si no hubiese compradores de drogas, no habría vendedores. Las autoridades de los Estados Unidos reconocen que al menos 22 millones de personas (el 7% de su población) reciben tratamiento permanente contra las adicciones. La cifra exacta de adictos a psicotrópicos y drogas suaves puede ser mucho mayor (¿el doble o más?) si se incluye a las personas que se niegan a reconocer su dependencia, que no saben que la padecen o que sencillamente carecen de la voluntad y el estímulo para superarla. ¿De qué tamaño han de ser las redes de producción, transportación, almacenaje y mercadeo que surten a 22 millones de consumidores?, ¿y si fueran 44 millones de clientes dentro de EUA?

En México la cosa no es más fácil. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Adicciones 2008, en apenas seis años creció en 51% el número de adictos a las drogas ilegales y 30% la cantidad de personas que alguna vez las probaron. 43% de los mexicanos entre 12 y 25 años están directamente expuestos a las drogas y la mitad de ellos deciden probarlas para experimentar; un 13% lo seguirán haciendo con frecuencia mientras que 2% de varones y 1.2% de mujeres se convertirán en adictos. Según un reporte de Mónica Arreola, se habría duplicado el número de drogadictos mexicanos, llegando a más de medio millón de personas identificadas (aunque es el mismo caso que en EUA: ¿quién contabiliza a los adictos de clóset?; la cifra no refleja sino parte de la realidad).

En 2002, 3.5 millones de mexicanos habían probado drogas alguna vez; esa cifra pasó a 4.5 millones en 2008. Durante 1998 se comprobó que el consumo de crack y metanfetaminas se concentraba en Baja California (principalmente en Tijuana); hoy, estos venenos circulan y se consumen en todo el territorio nacional. El crecimiento en el uso de marihuana por mujeres mexicanas pasó del 1.3% al 3.3% y del 4.5% al 8.3 en hombres. El uso de cocaína en México se multiplicó por 15.

Seguramente existe pero no conozco a ninguna autoridad que se pregunte por qué las personas consumen drogas, que intente explicar el fenómeno a partir de la frustración, la desesperanza y la insatisfacción de quienes encuentran en los enervantes el escape o al menos el paliativo de sus problemas y carencias. Ahora que evidentemente somos un país de consumo masivo de drogas, lo mismo que desde aquí suele decirse a los Estados Unidos debiera aplicarse a nosotros mismos: cualquier estrategia eficaz contra el narcotráfico tiene que empezar por disminuir/desincentivar/disuadir y respaldar/proteger/reinsertar socialmente a los adictos, que a fin de cuentas padecen una enfermedad, sólo eso. Es un problema de salud pública y hacia él tendrían que ir los esfuerzos principales contra el narco.

2] La economía del narcotráfico es inmensa. Las agencias estadounidenses estiman que sus ciudadanos gastan al año un mínimo de 65 mil millones de dólares en adquirir drogas duras; de ese dinero, apenas logran incautar, aproximadamente, el 1.5%. Algunos analistas calculan que el importe de los negocios del narcotráfico en México fluctúa entre los 30 y los 40 mil millones de dólares por año. El Departamento de Estado de los EUA cifró en 23 mil millones de dólares la cantidad de dinero repatriado a nuestro país entre 2003 y 2008 en calidad de ganancias netas del narcotráfico, sin contar con las sumas que se quedan allá o acá o que se desvían a otras naciones.

No todo ese dinero está guardado en efectivo, como en las bodegas de la casa de Zhenli Ye Gon, tampoco bajo los colchones de los capos. Muy probablemente esos flujos de dinero están dentro del sistema financiero: depositados en bancos mediante ingeniosos procedimientos de engaño a nombre de “personas de bien”, invertidos en empresas realmente destinadas a producir o de parapeto (para lavado y limpieza de los fondos ilícitos), reciclándose en las propias actividades ilegales, pagando ejércitos de sicarios (plomo) y comprando voluntades (plata). También sirve para financiar lujosísimos estándares de vida con alto impacto comercial, inmobiliario, etc., que pocos empresarios se atreverían a rechazar.

Al menos en términos económicos el narcotráfico es un gran creador de riqueza, no hay duda de ello. Muchas personas y corporaciones chicas, medianas y grandes se benefician del dinero del narco. Sus niveles de rentabilidad deben ser muy altos y la proporción costo/beneficio seguramente les invita a omitir el temor a las consecuencias de participar en tan graves ilícitos.

Mientras tengan tantos clientes y ganen tanto dinero, los narcotraficantes seguirán existiendo.

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ESTADISTAS


Juan Antonio Nemi Dib


Unos 55 millones de estadounidenses carecen de seguridad social, esto excluye para ellos médico y medicinas; significa que muchos de ellos morirán no por carencia de tecnología o de fármacos suficientes o doctores que puedan prescribirlos, sino por falta de dinero para pagarlos. Y nadie duda que EUA sea la primera potencia del mundo y que en materia de investigación científica y medicina de alto nivel siga siendo vanguardia. Ante las presiones de la industria médica y las aseguradoras, el presidente Obama tuvo que achicar sus planes de una reforma sanitaria que protegiera a sus pobres; los poderosos que se atravesaron le impidieron la mayoría parlamentaria que requería.


La presidenta Argentina insiste en una conspiración de sus adversarios que le niegan las reservas del Banco Central para pagar parte de las deudas de su gobierno, mientras Inglaterra se prepara para explotar los yacimientos de hidrocarburos en las Malvinas. Colombia sufre los severos efectos del embargo comercial de facto que le ha impuesto Venezuela y que laceran en serio su economía, al tiempo que la administración de Hugo Chávez es incapaz de resolver los problemas de inseguridad y violencia urbana prácticamente generalizadas dentro de su país, por no hablar de la inestabilidad de sus petrolizadas finanzas nacionales y la escasez de energía eléctrica.


Ante la incapacidad de constituir mayoría para promoverle una moción de censura, la oposición conservadora española pide a los diputados socialistas –en el gobierno— que destituyan al Presidente Zapatero ante lo que consideran una incapacidad supina de éste para sortear los efectos de la crisis económica que le pega con todo a la Península. Las autoridades europeas amenazan a Grecia y le imponen medidas draconianas de “salvación” so pena de que pierda los privilegios a que tiene acceso si no disciplina su economía y, especialmente su hacienda pública.


Gobernar no es fácil. No lo ha sido nunca. Nadie tiene la habilidad mágica ni los recursos –siempre limitados, siempre insuficientes— para resolver todos los problemas y necesidades de todas las personas. El simple hecho de que la autoridad se vea obligada a establecer prioridades implica ya generar exclusiones y desventajas para unos que, llevadas al extremo, pueden convertirse en ofensivos privilegios para otros.


Se dice que se destapa un hoyo para tapar otro o que se cubre a unos con la cobija, la frazada pública, y se descobija a otros (aunque cierto es que existen sarapes más y menos cálidos). Mejor ejemplo es aún el de la impartición de justicia: el culpable jamás estará contento por su sentencia y no es extraño que atribuya sus pesares al juez y no los asuma, en cambio, como secuela lógica de sus actos. Hay quien explica la idea de “progreso” a partir de la insatisfacción permanente de los hombres; dicen que es la naturaleza humana, que también se expresa de manera colectiva, buscando siempre “mejores” estadios.


En el ejercicio del gobierno hay, además, otra paradoja: ni la mayor eficacia ni la mayor transparencia ni el mayor apego a la ley por parte del gobernante garantizan la plena satisfacción de los ciudadanos. La opinión pública no suele ser (ni tendría por qué serlo) consistente y apegada a una preferencia o a determinado conjunto de ideas; como todo organismo –y parece que las sociedades humanas lo son— la sociedad evoluciona y modifica sus expectativas, sus deseos, sus convicciones.


Los problemas de fondo aparecen cuando el gobernante tiene que interpretar lo que sus mandantes –los ciudadanos— desean y, más complicado aún, distinguir lo que la gente quiere respecto de lo que la sociedad necesita. Es la gran crisis de los sistemas de democracia representativa: ¿cómo definir qué es en cada caso el interés general?, ¿cómo calcular correcta y objetivamente las preferencias ciudadanas?, ¿cómo asegurar que la decisión mayoritaria implique realmente el beneficio de todos?


Ante tal complicación, muchos gobernantes, quizá la mayoría –desde jefes de Estado hasta regidores—, optan por la popularidad, actúan buscando constantemente la aprobación inmediata y los menores índices de crítica; por lo general ignoran deliberadamente las consecuencias futuras de sus actos. Por graves que sean, los daños posteriores no tendrán importancia en tanto ahora haya aplausos. Son los menos los que obran de cara al porvenir, con responsabilidad, aún a costa de su prestigio o su permanencia en el poder (y sus prerrogativas). A esos, rara avis, suele llamárseles estadistas.


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