Cosas Pequeñas



PIGGLY WIGGLY

Por Juan Antonio Nemi Dib



Una traducción aceptable es ‘cerdito ondulado’. Preguntaban a su autor qué quiso significar con este juego de palabras, pero no lo aclaraba. Dicen que una vez, desde la ventana, vio a unos cerditos luchar para cruzar bajo un cerco y que allí se le ocurrió. Otros creen que fue simplemente una estrategia de ese publicista ingenioso; en algún momento Clarence Saunders aceptó: “quería que la gente se hiciera la misma pregunta: ¿qué significa ‘Piggly Wiggly’? y con eso lograría que hablaran de nosotros todo el tiempo”.


La primera Piggly Wiggly empezó sus operaciones en Memphis, Tennessee, el 6 de septiembre de 1916. Su fundador, el propio Saunders observó el alto costo que representaba para los tenderos mantener un grupo de empleados que iban a los anaqueles y surtían los pedidos de los clientes que se encontraban del otro lado del mostrador. Por ello puso en marcha un expendio en el que los consumidores se atendían, seleccionando el producto de su preferencia y revisándolo antes de llevarlo consigo.


Las cestas para que los compradores depositaran las mercancías mientras circulaban libremente por el establecimiento, el contacto directo del público con las repisas de almacenaje y la falta de empleados eran ideas extravagantes, parecía que fracasarían, pero la realidad fue otra. Estaba naciendo el supermercado, no sólo una forma novedosa de comprar y vender sino literalmente, un nuevo estilo de vida. En algún momento, la cadena Piggly Wiggly llegó a tener 2,700 tiendas y facturar cientos de millones de dólares.


El éxito del nuevo modelo comercial no se limitó a disminuir los costos de operación de las tiendas. Saunders fue un innovador que introdujo prestaciones y procedimientos que hoy forman parte de la vida cotidiana de millones de personas en el Mundo pero que en su momento fueron revolucionarios. Estableció las áreas de caja para el cobro y empaque a la salida de los supermercados, etiquetó con sus respectivos precios todos los artículos (un sistema apenas superado por códigos de barras y lectores ópticos), instaló sistemas de refrigeración y congelación para ofrecer a los consumidores productos frescos, implantó prácticas sanitarias para el manejo de mercancías, principalmente alimentos, diseñó y patentó los muebles y equipos utilizados dentro de sus expendios.


Pronto, el concepto de autoservicio comercial mostró otras ventajas (principalmente para los vendedores) y generó toda una cultura del consumo adictivo, muy ad hoc con la sociedad de la abundancia y los satisfactores materiales como sustitutos del déficit emocional en las personas. Surgieron teorías sobre la presentación de las mercancías, su acomodo en los anaqueles y, asociadas con las técnicas publicitarias, la creación de nuevas necesidades en el público. Tampoco podían negarse algunos beneficios para los consumidores: diversidad en la oferta, mejores precios, libertad de elección, comodidad.


Al paso del tiempo, convertidos ya en cadenas de intermediación comercial, los grandes autoservicios (que ahora miden sus dimensiones en miles de metros cuadrados de área de venta) se convirtieron en negocios financieros que “jinetean” a sus proveedores con agresivas políticas de pago diferido (en ocasiones durante meses), factoraje (descuentos a cambio de pagos anticipados), costos de anaquel, promociones obligatorias, devoluciones y mermas que frecuentemente debe absorber el fabricante si quiere que sigan vendiéndole sus productos. No son pocas las empresas manufactureras medianas y pequeñas en el mundo que han explicado sus quiebras como consecuencia de la dureza con que les tratan los supermercados. Hablar de la “casta sagrada” que constituyen buena parte de los ejecutivos compradores de las grandes cadenas –varias de ellas transnacionales— es narrar historias de rigidez, incomprensión, prepotencia y, en algunos casos, hasta de abuso.


En México, además, hay que agregar el uso de mano de obra no asalariada ni sujeta de prestaciones laborales, los famosos “cerillos”, niños y últimamente ancianos a los que se ‘permite’ empacar las mercancías a cambio de propinas pero que frecuentemente tienen que realizar otras tareas obligatorias sin remuneración. Absurdamente, las autoridades toleran que los supermercados cobren a sus clientes por el estacionamiento de vehículos, sobre todo en las plazas comerciales, otro enorme negocio.


Hay quienes critican el gasto publicitario –francamente desproporcionado— que resulta de la competencia entre marcas, pero a fin de cuentas ésa es la condición de la lucha en el libre mercado. Lo que sí es un hecho es que cada nuevo supermercado y cada nueva “tienda de conveniencia” significan una sentencia de clausura casi inmediata para decenas de misceláneas y tiendas familiares de abarrotes (iconos de la cultura mexicana) incapacitadas de permanecer operando en condiciones competitivas. La eficiencia económica y la competencia producen riqueza y modernidad para unos, pérdida para otros.


Habría que encontrar alternativas para los que pierden, antes de que ellos tampoco puedan ya comprar en los supermercados.
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Cosas Pequeñas


EN BABIA

Por Juan Antonio Nemi Dib


Llegué temprano al desayuno de Entidad Plural, 20 minutos antes de la hora pactada. Tenía muchas cosas que preguntarle a Elías Miguel (¿realmente es Ebrard tan brillante como parece?, ¿le disputará Marcelo la candidatura presidencial a Andrés Manuel?, ¿tiene futuro una megalópolis como el Distrito Federal?, ¿qué tan peligroso es vivir en ella?, ¿puede colapsar?, ¿por qué los perredistas en general y los veracruzanos en particular se empeñan en arruinar a su Partido?, ¿es contagiosa esa tendencia autodestructiva?, ¿será o no Dante su candidato?, ¿de quién de los tres precandidatos veracruzanos es Moreno Brizuela más amigo?).


Nomás no pude. Mi hijo tenía entrenamiento de taekwondo en Veracruz y había que honrar el compromiso de llevarlo, pactado días antes, aunque ello fuera causa de que mi insana curiosidad quedara frustrada. Me salí a las 9:20 y ni siquiera pude saludar al flamante funcionario de la Capital. Encargué cumplidos y disculpas con Agustín Mantilla –siempre atento, decente— y me fui, habiéndome refinado previamente (de pie) las dos uvas, la cereza en almíbar y los 4 trocitos de melón que había en el plato. Convinimos en que ya lo llamaré la próxima semana para entrevistarlo en vivo, para la radio.


Total que apenas a tiempo logré pasar por la prole y antes de las diez estábamos pidiendo los lecheros de rigor en el expendio ubicado afuera de la cabecera de la pista, en el aeropuerto de El Lencero. Cada vez que me paro a avituallarme en ese sitio me acuerdo de hace dos décadas cuando un avión privado que llevaba a destacadísimas damas (una entrante, una saliente, además de sus acompañantes) rozó contra una camioneta de carga estacionada precisamente allí, donde ahora venden capuchinos y canillas; “se salvaron de milagro”, decían los familiarizados con temas aéreos.


De nuevo en el camino les pedí a todos que me recomendaran temas respecto de los que escribir la columna para esta semana. Mi hija de 12 años sugirió que hablara de uno de sus ídolos musicales, un muchacho estadounidense del que no sé nada –y difícilmente sabré nunca—, salvo lo que ella me explicó: que padece diabetes juvenil y que aspira, desde su adolescencia y la farándula, a convertirse en sucesor de Obama. Espero no estarlo confundiendo, al cantante, no a Barack Hussein, porque si me equivoco con el hawaiano estaré perdiendo irremediablemente y para siempre la poca inocencia que me queda.


Mi hijo (recién cumplió los 15) aprovechó la oportunidad y pronunció una especie de filípica. Empezó recomendando y acabó demandando que escribiera yo sobre la hipocresía; cuando le pedí que fuera más preciso me dijo que le agravia la gente que disfraza de amistad los intereses y la conveniencia y se refirió especialmente a la ingratitud y el rápido olvido que ha visto en algunos políticos, una vez que han cumplido sus propósitos o que ya no necesitan de algo o de alguien. Traté de explicarle la ventaja de actuar conforme a los propios principios e intenté mostrarle algún ejemplo de los conflictos éticos que en ciertas circunstancias contraponen dos deberes y llevando las cosas al extremo le pregunté si en algún momento crítico podría él preferir un amigo a su familia. Creo que moderó su opinión.


En medio de esas disquisiciones llegamos a la práctica deportiva y yo seguía sin tener claro cómo usar estos 4 mil caracteres –más o menos—, ofreciendo un poco de provecho o, siquiera, entretenimiento a quienes se toman la molestia de leer mis ocurrencias semanales. Otra vez creció mi admiración por los columnistas que escriben a diario, sin repetirse, ofreciendo cotidianamente ideas e informaciones útiles, lo más cercanas a la objetividad, conservando la atención y el crédito de sus lectores.


Plantado frente a la computadora recordé que tengo algunos apuntes sobre la agenda de Veracruz para los próximos años, a propósito de las elecciones de julio, pero apenas son esbozos incompletos y me falta información para documentarlos. Me inquieta –sobre todo después de leer el último artículo de Emilio Cárdenas Escoboza— el rol que la prensa veracruzana jugará en los comicios, pero no lo tengo claro y me debo un poco más de reflexión sobre el asunto. Está también el tema de la renuncia de Gómez Mont al PAN (me pareció una jugada maestra, como tenía tiempo de no ver en la política nacional) pero tampoco se me hace correcto desperdiciar el tiempo de la gente con meras especulaciones… Leí un artículo en El País que asegura que lo peor está por venir y que la crisis financiera no ha tocado fondo, pero no encontré otras fuentes de referencia para abordar el tema.


Total que nomás no supe de qué escribir. La verdad es que me quedé en Babia. Como dice el siempre lúcido y experto narrador Gilberto Haaz: hay días así.


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PIRATAS

Juan Antonio Nemi Dib



Desde aeropuerto de Venecia –ubicado en tierra firme— se llega a la isla por diferentes vías, pero la más usual, la típica, es montarse en el vaporetto, el barquito que hace las veces de camión urbano acuático y cruzar un cachito del Mar Adriático. Luego de algunas escalas –Murano entre ellas— y teniendo enfrente a la majestuosa Basílica de Santa María de la Salud, el bajel atraca en el muelle principal de la Plaza de San Marcos. Se desciende de inmediato, sabido que hay poco tiempo para verlo todo: Il Ponte di Rialto, il Palazzo Ducale, Ca’d’Oro, el Arsenal, la propia Basílica de San Marcos con su Campanile (la torre del campanario) y, faltaba más, un espresso y una tarta de cioccoloato en el Florian, mientras los violines y el piano arroban al compás de “Anónimo Veneciano”.


Pero no ha hecho más que poner los pies en el borde del muelle cuando decenas de vendedores lo sacuden a uno (quizá con la misma intensidad y virulencia que los marchantes de artesanías agobian y hasta asfixian a los turistas en Teotihuacán). La gran mayoría de ellos parecen de origen africano y es visible su desesperación por vender. Bolsos de piel y tela, imitaciones baratísimas de las marcas de moda constituyen su principal producto. No se escuchan los acordes de Vivaldi, ni de Wagner ni de Stravinski, ni siquiera el “O sole mío” d’il Gondoliere, pero sí los regateos frenéticos y las cantaletas de venta en todos los idiomas posibles: “lleve tres, pague dos”. La escena más patética ocurre en la boutique de una marroquinería de alto diseño francés, un hermoso lugar con paredes labradas en piedra: dentro, maletas de 2 mil euros y carteras de 900; fuera, en su misma puerta, apenas separadas por los imponentes aparadores de cristal, las mismas piezas, o “casi las mismas”, en el suelo, a 20 o 25 euros, según el caso.


La duplicación ilegal de productos de consumo ha evolucionado a tal punto que ahora existen no sólo copias comunes, sino clones, es decir, ejemplares capaces de engañar aún a los expertos; mientras más perfecta es la copia, mayor su demanda y, por supuesto, más alto su precio. Joyas, relojes, artículos de escritura, medicamentos, alimentos, licores, repuestos, telas, juguetes, sartenes, perfumes, ropa, calzado, comida, libros, para no pensar sólo en música, películas y videojuegos.


Los casos más insólitos que recuerdo tienen que ver con chiles frescos xalapeños y de otras variedades, todos piratas, importados ilícitamente a territorio mexicano por miles de toneladas desde China y otros sitios del Oriente y los estrictos controles que tuvo que aplicar el Gobierno de EUA a las refacciones y equipos de reparación de aviones, al descubrirse que el origen de varios accidentes aéreos estuvo en la utilización de piezas copiadas a bajo costo, que no cumplían las especificaciones originales y que se vendían en un escandaloso mercado negro.


También está el caso de la cerveza Corona, burdamente copiada por los chinos como “Cerono”. Pero hay otras historias aún más patéticas, como la de un laboratorio farmacológico de Barcelona que aparentemente con buena fe, compró a China la materia prima de un jarabe para la tos que se vendió a la seguridad social de Panamá, causando la muerte, por lo menos de 142 personas, debido a que dicha sustancia era falsificada. Lo cierto es que los chinos no se detienen ni cuando se trata de ellos mismos: 10 de sus bebés murieron y 300 mil enfermaron –algunos con graves secuelas— debido a que alguien adulteró la leche agregándole melamina.


En el plano del consumidor, ocurre que a veces usa productos piratas sin saberlo. De acuerdo con expertos, en México el 40% de la gente que compra mercancías copiadas ilegalmente no conocía que lo eran. En Rusia, la proporción llega al escandaloso 79%. Alimentos y medicamentos son las mercancías más usuales con que se daña doble: al dueño de la marca y al comprador sorprendido. Pero también es cierto que 9 de cada 10 encuestados mexicanos aceptaron no tener problema para comprar deliberadamente productos ilegales: ricos, pobres, jóvenes, adultos, hacen compras de piratería con tanta frecuencia que forma parte de sus hábitos de consumo.


Según El Universal: “La piratería en México superó, en 2009, a los principales rubros de ingreso nacionales, tales como narcotráfico (40 mil millones de dólares), petróleo (casi 25 mil millones), remesas (21 mil millones de dólares) o turismo (11 mil millones de dólares), de acuerdo con la American Chamber... El impacto que las ventas de productos apócrifos causan en la industria se estimó en 964 mil 688 millones de pesos, unos 74 mil 699 millones de dólares, que representan 9% del PIB, según la tercera ‘Encuesta de Hábitos de Consumo de Productos Pirata y Falsificados en México’ que dio a conocer la Cámara. Una proyección señala que en 2015 representará pérdidas para la industria por más de un billón de pesos.”


Pero nadie me puede negar que la piratería veneciana es mucho más romántica.


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AMERICAN DREAM

Por Juan Antonio Nemi Dib



650 dólares de renta –más 85 de mantenimiento y 20 por cada cajón de “parking”— son aceptables si se comparan con los precios de otros departamentos, que pueden llegar a los 1,300 por un espacio hasta más chico. Entre 7 paisas sale más o menos a 120 por cada uno, siempre que todos paguen y lo hagan a tiempo; algunas veces con lugares “vacantes” en el depa o que alguien no tenga dinero, él ha tenido que pagar 300 dólares.


Mejor no piensa en lo que significa compartir 35 metros cuadrados de espacio con otras 6 personas. Que dejen el baño sucio es lo de menos: usa chanclas de plástico –de gallito— y no descuida sus pertenencias: ni jabón, ni champú ni cepillo de dientes ni papel sanitario; todo lo mete en una caja de plástico que tiene que ‘esconder’ bajo su cama aunque luego el papel se le moje un poco. De todos modos, van dos veces que le vuelan el desodorante, le meten mano a sus cosas.


La bronca es cuando alguien se tarda “pa’bañarse”. Han conversado y peleado una y otra vez, han puesto recados en la puerta: “no te tardez no seas ogete”, pero no respetan. Si uno de ellos demora más de los 10 minutos pactados, ya les rompió el queso a los demás. Por eso él se levanta a las 4 de la mañana y se mete primero, pierde media hora de sueño pero así tiene un poco más de tiempo disponible y el baño está menos “guarro”. Y es que en la mayoría de los “jobs”, si llegas tarde no hay descuentos, simplemente no te dejan entrar y “ya te la pelaste”.


No come en el depa. La cocina es lo peor; nadie la limpia, las cucarachas le perdieron el miedo a la gente. Los trastes pueden pasar meses dentro de la tarja –sucios y con restos de comida— sin que nadie voltee a verlos. Sería mucho más barato si pudiera prepararse sus lonches pero no, nomás no hay manera, como tampoco hay manera de que se vaya a vivir a otro lado. ¿De dónde carajo sacaría él solo para pagarlo todo?


Y menos ahora que le dieron las gracias en el “Community”. Formalmente era intendente, de a 8.50 dólar, pero en realidad hacía más cosas: colectaba los tambos rojos de residuos infecciosos –esa chamba era como de a 25 dólar, pero no se lo reconocieron nunca— y ayudaba en quirófanos a cargar enfermos (“stretcher-bearer” les dicen a los camilleros). Cuando vino la bronca económica le dijeron que era excelente empleado y para no despedirlo le ofrecieron pasarlo al turno matutino, pero aceptarlo habría significado dejar la empacadora.


En la empacadora pagan a 7.25 y el turno es de 10 horas, pero le firmaron el aval para la “troca” y el departamento, además de que el mánager le dijo que un día de estos lo hará jefe de turno (cree que ese job será como de a 12 o 13 dólar). Total que, muy a su pesar, tuvo que dejar la chamba del hospital, es decir, perdió el 40% de sus ingresos. Aquí, todo gira a la cantidad de dólares que pagan por hora, pero hay muchos casos de compas que trabajan una semana o dos y luego los corren sin pagarles, amenazándolos con denunciarlos a la migra. Es algo común y no se puede hacer nada; como es lógico, las autoridades siempre se ponen del lado de los patrones. Por eso lo que importa es tener un buen patrón, honrado, aunque pague poco.


No ha dejado de buscar trabajo, de hecho, a eso dedica todas las tardes. Lo prefiere a regresar al depa, a tumbarse en la cama y a soportar las mismas rolas de banda, a todo volumen y las borracheras de pronóstico. Dicen los paisas que es lo más barato “pa’olvidar” pero él ya está harto de todo esto, especialmente de los domingos en la tarde. La depresión es canija. Quisiera salir corriendo.


Y la verdad es que ya le urge otra chamba. Esta semana sólo pudo enviar a su casa 125 dólar. Con las comisiones y el tipo de cambio les quedarán unos mil trescientos pesos, no les va a alcanzar para nada. Pero es que se venció la letra de la troca –sin coche no se puede vivir en Estados Unidos— y tuvo que prestarle 300 verdes al Compadre, parte de la fianza porque lo agarraron manejando con aliento alcohólico; el Compadre jura que no es cierto, que venía de trabajar y que llevaba días sin probar un trago, pero de todos modos lo torcieron. Si el juez que le toque está de buenas, le pondrá una multa de mil quinientos y lo dejará que regrese a trabajar, si no, seguro que lo pasan a la migra pa’que lo deporten –después de pagar la multa. Pobre Compadre.


Y pobre de la Gordita. Ayer cumplió años. No pudo mandarle nada. Ni siquiera hablar con ella. Esta semana dejará de cenar, hará sólo dos comidas al día. Serán unos 50. Se los mandará y con eso que se compre un regalo, pa’que se acuerde que tiene padre, aunque esté lejos.


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