Cosas Pequeñas


DERIVACIONES

Por Juan Antonio Nemi Dib



En la escritura, como en la vida, uno sabe dónde empieza pero no dónde ni como termina. Aquí la prueba: todo estaba planeado y sujeto a una “rigurosa” agenda. Hoy escribiría sobre transparencia y acceso a la información, aprovechando que la semana pasada me invitaron a un taller sobre el tema con jóvenes universitarios (que por cierto se se notaban más interesados en que concluyeran mis etéreos “rollos” que en su derecho constitucional a saber de los asuntos públicos).

Me disponía a empezar con la versión escrita del bodriecillo -pensando en las complicaciones de comprimir mis ubérrimas y sesudas deducciones en cuartilla y media- cuando recordé que desde el día anterior por la tarde no había revisado mi buzón de correo electrónico, lo que puede convertirse en una situación inmanejable y llegar a niveles críticos si es que se me ocurriera permitir que las nuevas piezas se acumularan de un día para otro (crecen de 300 en 300, geométricamente, como atroz profecía malthusiana).

De modo que antes de empezar a escribir, penosamente, me vi obligado a rechazar las reiteradas ofertas para comprar Viagra en la web con descuento especial (VAGRA ® Official Seller -85%) y a los impresionados donadores que no entienden por qué me niego a aceptar sus legados en divisas (You Have Won cash Grant/Donation $500,000.00 USD) y a los empleados de loterías que se empeñan en que cobre yo los premios de sorteos millonarios para los que no compré boleto (You won £ 500,000.00GBP. (CGPN):7-22-71-00-66-12, Ticket number: 00869575733664, Serial numbers:/BTD/8070447706/06, Lucky numbers:12-12-23-35-40-41[12]. Reply for details) y a quienes insisten en que me convierta en vendedor de joyería de fantasía (“Saludos: en nuestra empresa nos dedicamos a la importación y distribución de joyería en acero inoxidable calidad quirúrgica. En la actualidad somos la empresa con mayor surtido y mejor precio en toda la República Mexicana, tenemos modelos nuevos cada semana además de participar en Expo Joya Ciudad de México y Guadalajara”). Quizá si les hiciera caso llevaría yo una existencia más fácil, gastando a manos llenas el dinero fácil o embelleciendo féminas con colgajos de stainless steel con firmeza de bisturíes, faltaba más.

Pero hay otros correos electrónicos, la mayoría, que no pude ni puedo desdeñar: mensajes de compañeros de trabajo, lectores generosos que envían comentarios, cobradores despistados, clientes [in] satisfechos y mi familia. Por mero prurito no refiero aquí las decenas de lecciones gráficas de anatomía y fisiología que me hacen llegar algunos amigos preocupados porque sepa yo cosas de la vida que me son ajenas. Total que lo primero que había en el buzón esta mañana, por ejemplo, era una presentación que me envió mi esposa sobre la isla de Capri, el famoso pedacito de paraíso ubicado en el mar Tirreno, al sur de Nápoles. Abrirlo fue introducirme instantáneamente en un recorrido espectacular por Anacapri, por el Monte Solano -a través del funicular-, la Gruta Azul y los Jardines de Adriano, además de las tiendas de limoncello.

Entonces, vino la inevitable asociación de ideas y el recuerdo automático de la tía Guadalupe, que no desperdiciaba oportunidad para rememorar su viaje a Europa -me trajo un Ford Matra a escala, de metal de 4 puertas, color azul, de tracción, y un “Topo Gigio” de piel que permaneció en su casa bajo custodia durante muchos años, colgado de una puerta- y decía de Capri que la isla se había quedado para sí con todos los azules posibles.

De pronto descubrí que estaba yo tarareando “Capri, C’est fini” que recuerdo en la espectacular voz de la catalana/francesa/mexicana Gloria Lasso y que abro rápido la página de Youtube -inches computadoras que sólo distraen y quitan tiempo a la hora de trabajar- y que busco la canción para oírla, pero la primera versión en aparecer no fue la de Lasso, sino precisamente la del compositor de la rola, el francés Hervé Vilard, en un video de 1965 que por cierto ya le compartí a mis amigos en Facebook. No tenía idea de quién era ése Hervé y entonces abrí Wikipedia. Nació a bordo de un taxi que llevaba a su madre al hospital, en 1946. Ella era una vendedora de violetas de fuera de teatro (literalmente, como en la zarzuela “La Violetera”) y su vida no debió ser un dechado de virtudes porque apenas tenía seis años el chamaquito cuando un juez ordenó que lo retiraran de la custodia de su progenitora.

Pasó muchos años en el orfanato intentando escapar una y otra vez, vivió con siete familias adoptivas y al final fue un cura, el abad Angrand, quien acabaría formándolo. A los 14, Hervé regresa a París y trabaja en un bar y vendiendo discos. Pasaría poco tiempo antes de que lo “descubrieran” como cantante y compositor exitoso. Un día, vagando por el metro parisino se topó con un cartel publicitario de la isla de Capri y allí, en ese momento, nació un éxito musical internacional que sería traducido a muchos idiomas y del que se grabarían millones de copias. El propio Vilard tendría gran éxito en México y los países hispano parlantes, produciendo 33 discos en castellano.

En medio de un gran seguimiento de los medios, Hervé se reunió con su madre 20 años después de que los separaron y quizá el mayor hito en su carrera ocurrió en 1967 cuando se declaró -el primer famoso francés en hacerlo- homosexual. Su última producción, de acuerdo con la página web http://www.hervevilard.com/, es “Le Bal des Papillons” (la danza de las mariposas).

¿Y la transparencia y el acceso a la información? Ya habrá tiempo... (y la verdad es que tampoco tenía ganas, es más árido que el Gobi y el Sahara juntos).

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REPORTEROS

Por Juan Antonio Nemi Dib



1] Hubo un tiempo en el que las redes nacionales de televisión no estaban totalmente integradas en el territorio de México; aunque entonces su tecnología era de vanguardia, comparada con la que usan hoy parece rudimentaria, primitiva. Muy pocas personas soñaban con la transferencia de datos a través de una red mundial de computadoras enlazadas entre sí y aún menos creían que esa maravilla fuera posible. Los televisores se alimentaban necesariamente de las señales captadas por antenas exteriores (de azotea) unidas a la pantalla mediante cables (no existían los coaxiales sino unos planos, plásticos, de color café, con dos delgados hilos de metal en los extremos, siempre en paralelo) y si bien se vendían algunos modelos de antenas “universales”, la calidad de las imágenes mejoraba sensiblemente si se colocaba una antena específica para cada canal. Algunos radiotécnicos acuciosos solían colocar interruptores que permitían elegir la señal de una u otra antena, dependiendo del canal que se quería ver.

Los sistemas de televisión por cable apenas se consolidaban en las grandes ciudades y ni pensar aún en la televisión vía satélite como el producto generalizado de consumo que es hoy. Entonces, la mejor manera de enviar un reportaje o una nota periodística con imágenes de video para televisión era alquilando tiempo de transmisión a través de la red nacional de microondas, lo que resultaba tan caro y poco práctico que solía usarse para casos excepcionales. Por ejemplo, para asegurarse que una noticia de Xalapa se transmitiera con audio y video en la televisión de Veracruz, la mejor forma era enviar la nota grabada en un cassette enorme con un mensajero; es cierto que el mensajero viajaba en coche, pero al final era el mismo sistema con que hace 500 años a Moctezuma le llegaba el pescado fresco todos los días desde el mar hasta Tenochtitlán, mediante Tamemes. Parece la prehistoria, pero en realidad apenas 20 años nos separan de aquélla época.

Fue precisamente ése el momento de mayor éxito profesional de Marco Polo Villanueva. Llegó a ser uno de los reporteros más socorridos y respetados del gremio. Su trabajo era especialmente complicado: tenía que hacerlo en mucho menos tiempo que los colegas y, además, sin errores, porque sus notas debían viajar -literalmente- cientos de kilómetros por “vías de superficie”, como dicen los sellos postales, antes de esparcirse libremente por el espectro radioeléctrico. Marco Polo nunca fue “cremoso” ni se consideraba mejor o más importante que el resto de sus compañeros de oficio; fue siempre solidario con sus camarógrafos y asistentes y compartía con ellos sus éxitos profesionales. Era cuidadoso para entrevistar y buscaba la forma de suavizar las preguntas escabrosas para no resultar agresivo. A mí me llamaba “Toñito”, una cortesía que no recuerdo ni en mi casa, de niño. Siempre que pudo me sirvió.

Ahora que ha muerto me doy cuenta de que Marco no tuvo una vida fácil pero también que dejó muchos amigos que lo extrañan. Descanse en paz.

2] Lo conocí en alguna gira de trabajo pero luego tuve un poco más de cercanía con él en la Cámara de Diputados. Nació en el DF pero su familia era de Chicontepec, por lo que solía declararse “medio veracruzano”. Junto con otra paisana (cordobesa, para mayor precisión), Ana Cristina Pelaez, recorrió de cabo a rabo el territorio de México -y del mundo- reportando periodísticamente el sexenio de Carlos Salinas de Gortari con sus cosas buenas y malas; decían que ambos eran “los consentidos” del Presidente de la República.

Fidel Samaniego solía definirse como “Narigón Cronista” y la verdad es que su calificación resultaba certera dado que su apéndice nasal (grandecito, sí, visible, sí, pero nada comparable al que se empeña en abrirme camino por la vida) y la maestría con que llegó a manejar el género de la crónica fueron, quizá, sus características más notables.

El día en que murió, El Universal publicó de nueva cuenta la última de sus colaboraciones, la crónica de unas vacaciones en Acapulco y el empeño de sus padres porque la familia conociera la mayor parte de México. Hace un par se semanas, precisamente en vacaciones, en el Puerto de Veracruz, lo sorprendió la muerte, segando una vida creativa y en plenitud.

Lo tengo presente el domingo de las elecciones de 2004; fuimos él y yo acompañando al candidato al supermercado, a hacer unas compras. Lo que no recuerdo es por qué ni cómo aparecí yo cantando en ese trío. Pero conversamos largo, tuvimos una charla sabrosa.

Hace unos meses Fidel Samaniego accedió a una larga entrevista radiofónica y me respondió sin ambages, con franqueza y sin eludir los temas incómodos. Por supuesto le pregunté por su condición de “periodista predilecto” del sexenio 1988-1994. Me dijo que, increíblemente, desde que terminó el sexenio del Presidente Salinas había perdido todo contacto con él. Incluso le confió a la audiencia un incidente desagradable con el personal de seguridad del expresidente.

Fidel Samaniego hizo libros, tuvo hijas, sembró árboles. En paz descanse también.

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1914

Por Juan Antonio Nemi Dib



En abril de 1914 las tropas del Ejército Constitucionalista de Carranza se acercaban al Ejército leal a Victoriano Huerta, que cuidaba el estratégico puerto de Tampico. Ante la inminencia de una confrontación que se preveía salvaje, EUA envió a su marina de guerra para proteger los muchos intereses y ciudadanos de su país en Tamaulipas.

9 marinos de un navío fondeado en el Puerto, el USS Dolphin, fueron a un almacén cercano a Puente Iturbide; iban armados y su lancha ondeaba la bandera de EUA, contraviniendo las reglas internacionales y el protocolo entre países amigos. Los infantes se adentraron río arriba por las aguas del Pánuco -lo que estaba prohibido por las ordenanzas- y atracaron en un muelle reservado. Don Juan Sánchez Azcona afirma que estaban ebrios.

Los estadounidenses fueron detenidos y presentados ante la autoridad militar mexicana, a la que declararon que “sólo querían gasolina”. Aunque fueron puestos en libertad de inmediato, el almirante Mayo, al mando de las tropas de EUA, exigió a las autoridades mexicanas que para desagraviar “al pueblo de Estados Unidos” rindieran honores a la bandera de EUA, izándola con 21 cañonazos de las baterías mexicanas, en un plazo de 24 horas. La jefatura militar mexicana ofreció una disculpa escrita, pero se negó firmemente a complacer la humillante exigencia de los expedicionarios.

Ése fue el pretexto perfecto para la invasión de Veracruz, cuyo puerto empezó a recibir plomo de la artillería norteamericana mucho antes de que el Congreso de EUA autorizara al Presidente Wodrow Wilson la expedición punitiva. Ante la inminencia del desembarco, Huerta ordenó al General Gustavo Mass, jefe de la plaza, que abandonara Veracruz. Unos dicen que fue una maniobra correcta, para evitar un baño de sangre y una cauda de destrucción innecesaria sobre el principal puerto de México. Otros afirman que no fue otra cosa que un vil acto de cobardía del felón y magnicida don Victoriano.

La Flota Estadounidense del Atlántico comandada por el mismo almirante Mayo llegó hasta Antón Lizardo, sumándosele poco después las fuerzas del almirante Frank F. Fletcher y luego, otras 2 divisiones de torpederos y 17 barcos de distinto calado. Más de 50 barcos de guerra (algunas fuentes hablan de 44) y unos 3 mil infantes de marina tardaron unas 24 horas en hacerse con el control de la Ciudad.

Según el militar y periodista Justino N. Palomares, durante la invasión estadounidense de Veracruz -no sólo en las escaramuzas iniciales, sino en los siete meses de “abusos, infamias y oprobios de los yanquis”- murieron 1’817 personas. Otras referencias hablan de unos 300 mexicanos caídos como víctimas de la irrupción violenta. El propio Palomares afirma que tuvo en sus manos una fotografía macabra de más de 800 cadáveres de soldados integrantes de las fuerzas invasoras, lo que a todas luces parece una exageración. La tradición oral de los porteños recuerda muertos y heridos, pero no tantos como 1'817, ni 800 ni 300.

Se habla de traiciones, incluso la leyenda involucra a un homónimo del presidente Ruiz Cortines, quien habría trabajado para las fuerzas invasoras como pagador. Pero sí es un hecho que hubo acciones heroicas: Virgilo Uribe, que recibió un certero centralazo en la frente apenas se asomó a una de las ventanas de la Escuela Naval mientras cambiaba el cargador de su arma; José Azueta, artillero e instructor de los batallones 18º y 19º de la Guarnición de Veracruz, quien estaba franco el día de la invasión, pero al enterarse de ésta fue al cuartel por una ametralladora, tumbándose sobre la calle frente a la Preparatoria (en la esquina de Landero y Cos y Esteban Morales) y causando numerosas bajas a los estadounidenses hasta que lo abatieron las balas gringas -sobrevivió varios días y se conserva una memorable foto de él convaleciente-; Alasio (Alacio en la moderna ortografía) Pérez, cadete del 18º Batallón, quien comandó con valor a un grupo de voluntarios y fue masacrado en la madrugada del día 22; el policía -“gendarme”, según las crónicas de época- Aurelio Monfort, primero en disparar con su pistola de cargo a los invasores, fuera de la cantina 'La Flor de Liz', donde su cadáver permaneció botado por más de 24 horas.

Gilberto Gómez, Antonio Fuentes, la Cruz Blanca Neutral, la Cruz Roja, “Los Españoles” avecindados en Veracruz y los hijos de éstos que disparaban a los gringos desde las azoteas, los presos de San Juan de Ulúa, por supuesto los estudiantes de la Escuela Naval, que dieron grandes muestras de valentía y patriotismo, muchos voluntarios, algunos miembros de la policía municipal... a todos ellos se les reconoce como héroes de la invasión de Veracruz, que concluyó 7 meses después.

Jean Meyer lo explica así: “El aprieto del presidente Wilson fue tanto más grande cuanto que sus 100 enviados cerca de los jefes revolucionarios mexicanos le dieron respuestas contradictorias. Carothers, el cónsul de Torreón, tomó partido por Villa; John Lind, por Zapata; J. L. Silliman por Carranza, etcétera. Wilson, perplejo, decidió: ninguna facción obtendría el reconocimiento diplomático y sería necesario que los revolucionarios se pusieran de acuerdo sobre un jefe que llamaría al pueblo a las urnas. Esto se produjo en Aguascalientes pero no fue aceptado por Carranza. Tras algunas dudas, los Estados Unidos optaron por él, en contradicción con la primera línea política seguida; esto equivaldría a cerrarle la frontera a Villa y prohibirle obtener créditos y armamento en los EUA. La facción carrancista recibía así un apoyo material y moral decisivo que ayudaría a Obregón a obtener las victorias finales y a Carranza la alianza de muchos. A partir del fracaso de la Convención de Aguascalientes, en octubre de 1914, los EUA habían mostrado hacia quiénes se inclinaban: cuando en noviembre, en plena derrota, Carranza huía rumbo a Veracruz, las tropas estadounidenses que ocupaban el puerto desde el mes de abril, embarcaron algunas horas antes de su llegada”.
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FLATULENCIAS

Por Juan Antonio Nemi Dib




En latín flatus significa viento. Es el origen de la palabra castellana que se usa -cuando se quiere hablar con corrección y prudencia- para nombrar a los gases que expele el cuerpo de los mamíferos y de algunas especies de insectos; consideremos que “flatulencias” es el nombre culto de “pedos”.

Pero, en realidad, la Academia tampoco la hace de... problema con la palabra pedo, al que define como “ventosidad que se expele del vientre por el ano”, y es bien cierto que el término se usa tan comúnmente en nuestro idioma que con todo y lo vulgar que pueda considerarse, el terminajo de apenas cuatro letras y dos fonemas es tan versátil que puede ser lo mismo sustantivo que adjetivo y posee un dinamismo tal que viene ampliando sus significados de manera notable: un “pedo” puede ser borrachera (“estaba pedo”), fiesta, parranda (“se fue de pedo”), conflicto (“es un pedo”), ebriedad festiva y temporal (“traía un pedo”), alcoholismo permanente (“es un pedote”), duda sistemática (“¿qué pedo?”), dificultad (“es un pedo conseguirlo”) y, por extensión, un pedorro es un presumido, engreído, no sólo poseedor de mala digestión.

Pocos saben que la acción expulsiva posee su propio nominativo: peer es el verbo y se conjuga igual que leer.

Para algunos esto de los pedos constituye un asunto ofensivo cuya mención ha de evitarse en lo posible porque se trata de algo desagradable, que por lo general apesta. Para otros es un asunto de buen humor que mueve a risa. Artistófanes, Chaucier, Dante -Alighieri-, Quevedo, Zola y Joyce han convertido a los flatos en protagonistas de alguna de sus obras.

La mala noticia es para aquellos a los que el tema -y la terminología asociada- les produce repugnancia: ningún mamífero vivo y por ende ningún ser humano, aún el más refinado y propio, incluyendo a Manuel Antonio Carreño, autor del celebérrimo “Manual de urbanidad y buenas maneras para uso de la juventud de ambos sexos en el cual se encuentran las principales reglas de civilidad y etiqueta que deben observarse en las diversas situaciones sociales, precedido de un breve tratado sobre los deberes morales del hombre”, se escapa de la triste tragedia: todos producimos pedos, más o menos olorosos, más o menos ruidosos, más o menos notorios, más o menos conscientes, pero todos, sin excepción, nos “pedorreamos”. No hay escapatoria... o mejor dicho, sí la hay, pero ésta no es optativa sino obligada, so pena de reventar.

Las flatulencias son el resultado de la acción de ciertas bacterias alojadas en el tracto digestivo, cuya función es descomponer la estructura molecular de los alimentos como parte del proceso metabólico a fin de que, transformados en energía, el cuerpo los pueda aprovechar. Pero no es sólo insumo energético para las células lo que resulta de la función digestiva, sino residuos generalmente sólidos (tema de otra futura columna, aunque para los morbosos adelanto que, en promedio, se calcula que una persona “normal” excreta 200 gramos de sólidos por día), líquidos -a través de la uretra- y gases, estos últimos, resultado primario de la descomposición metabólica de la comida, una parte importante de la cual expulsamos mediante pedos compuestos de gases sin olor (nitrógeno, hidrógeno, dióxido de carbono, metano y oxígeno) y otros elementos muy, muy apestosos (ácido butírico, disulfuro de carbono y sulfuro de hidrógeno), causantes del famoso olor a huevo podrido.

De tal suerte que, siguiendo a la Academia -y a la fisiología- mientras estemos vivos, yo peo, usted pee, vosotros peéis, ellos peen, TODOS PEEMOS.

Y lo preocupante es que el asunto de las flatulencias apesta, pero en otro sentido, mucho más serio que el de los malos olores: se trata de un problema ambiental complejo porque echar pedos no es inocuo para el planeta. Resulta que varios de esos gasecillos son causantes -junto con otros- del tristemente célebre “efecto invernadero”, es decir, tienden a concentrarse en capas altas de la atmósfera, modificando las condiciones térmicas y causando un incremento de la temperatura que, a todas luces, desequilibra los ciclos naturales, incrementando las radiaciones, produciendo deshielos en los casquetes polares, subiendo el nivel de los océanos, modificando el clima, etc.

Quizá sería exagerado decir que las flatulencias son un problema ambiental si nos referimos exclusivamente a los siete mil millones de humanos que habitamos la Tierra. Pero el verdadero problema está en el ganado de todas las especies y razas, que realmente posee una gigantesca capacidad de pedorrearse -peerse, en correcto castizo. Una universidad argentina acaba de demostrar que una vaca lechera, en ciertas condiciones, produce ¡mas de mil! litros de gases de invernadero por día, contra 50 o 60 litros de leche cuando se trata de un buen ejemplar de raza fina en óptimas condiciones.

Y en tanto que el ganado ha crecido exponencialmente como fuente primaria de proteínas -lácteos y cárnicos- para consumo humano, no hay duda de que se trata de un problema causado por el hombre: aunque los flatos tengan diferente origen corporal comparten la misma causa última. Las concentraciones de metano de origen biológico en la atmósfera se han incrementado 150% en los últimos 250 años. Y las proporciones asustan: Nueva Zelanda apenas tiene 4 millones de habitantes, pero hay en sus hatos 50 millones de cabezas de ganado de diferentes razas, con las que producen carne, leches, quesos, pieles, harinas y metano, mucho metano...

Ya trabajan los científicos en vacunas, píldoras, nuevas fórmulas de alimentos balanceados que incluyen azúcares para disminuir los gases, también en prolongar la vida del ganado lechero para evitar el crecimiento de los rebaños. Pero los activistas ambientales son más determinantes: exigen quitar al ganado de nuestra dieta, porque cada trozo de queso de hebra es contaminación, cada bocado de bife, es contaminación, cada malteada de chocolate es contaminación. ¿Cómo sería el mundo sin mantequilla de Capulines, sin crema de La Noria, sin queso de Tempoal, sin salsa de chicharrón? Sufro.

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FELICITACIONES

Por Juan Antonio Nemi Dib



En la escuela primaria en que estudiaron mis hijos, junto al pizarrón, solía reservarse un espacio en el que los maestros colocaban mensajes visibles para todos los que entraban al salón. Constaba de tres columnas. En dos de ellas nadie quería que apareciera su nombre: “Recomiendo” y “Lamento”. Y es que dependiendo de las fallas o incumplimiento de los niños, la transgresión de alguna norma escolar o la falta de disposición para trabajar dentro del aula, los maestros compartían sus juicios de manera pública -democrática, podría decirse- con los miembros del grupo.

Aunque a primera vista parecería una práctica ruda para los niños, a mí siempre me pareció que, por el contrario, era un medio de que los profesores hicieran sus evaluaciones de la manera más objetiva posible, fundándolas en hechos conocidos por todos y midiendo realmente el desempeño de cada alumno. Además, la tercera columna, “Felicito”, resultaba en extremo motivadora: los cumpleaños, los onomásticos, los éxitos en competiciones dentro de la escuela y fuera de ésta, los deberes cumplidos pero sobre todo, los tránsitos de una jornada a la otra, cuando alguien superaba el estatus de “Recomiendo” y “Lamento” y lograba, por el cambio de conducta, por cumplir sus responsabilidades oportunamente, pasar a la columna de “Felicito”, la sensación podía considerarse estupenda, realmente motivadora.

Además, era más notorio y digno de reconocimiento aquél que lograba cambiar de “Recomiendo” y “Lamento” a “Felicito”, algo así como la parábola bíblica del hijo pródigo: mucho más meritorio el que se redime que el que nunca falla. Ojalá que esa práctica continúe actualmente en la escuela. Ojalá que se generalizara en todos los planteles. No soy pedagogo ni aspiro a serlo pero bien claro me queda que una buena forma de contribuir a que las conductas positivas se arraiguen, es mediante estímulos y motivación adecuada.

Y pensándolo bien, creo que a este sufrido País nuestro motivación es lo que le falta. Reconocer con sinceridad y determinación a los millones de mexicanos que hacen las cosas bien y a tiempo, que no se apartan del camino de la ley y que cumplen con sus obligaciones, que caben en la clasificación de “buenos ciudadanos”. Quizá es el momento de colocar junto al pizarrón de la vida nacional y empezar a llenarla, una columna de “Felicito” con los nombres de muchas personas que no se dejan atraer por el dinero fácil, que no sucumben a la tentación de torcer las normas y basar sus éxitos en la trapacería, que conservan al menos un poco de optimismo en el futuro de este país y que, con todo el esfuerzo y merma personal que ello les signifique, están dispuestos (as) a anteponer el interés de todos a las conveniencias individuales.

Hagamos cuentas: hace pocos años apareció un estudio que estimaba en unos 130 a mil los integrantes de la delincuencia organizada en México. Pensemos que esa cifra se hubiera multiplicado por tres, incluyendo a los criminales comunes y menuditos que rondan por las calles impunes y productivos. Aunque es impropio incluirlos en la contabilidad porque algunos de ellos serán legal y realmente inocentes, se estima que en las cárceles de México hay unos 230 mil internos, entre sentenciados y presuntos delincuentes que están sujetos a proceso.

Haciendo un rasero indebido de estos últimos, sólo para efectos de inscribirlos en la columna “Lamento”, estaríamos hablando de unos 620 mil mexicanos dedicados a destruir nuestro sistema de leyes y a nuestra convivencia pacífica. Algunos lectores críticos exigirán con toda razón que se agregue a esta lista a los servidores públicos y políticos (yo me agacho) rateros e ineficaces, a empresarios disfrazados de “honorables” que no hacen sino saquear al país y despojar a quien se deje mediante métodos legales pero no éticos, a mentirosos contumaces y demagogos, a profesionistas de pacotilla, a jueces y fiscales corruptos, a funcionarios saqueadores. ¿Le gusta a usted que sean unos 200 mil de esos indeseables? La suma llegaría entonces a 820 mil.

Los demógrafos estiman que México tiene actualmente unos 108 millones de habitantes aproximadamente. Eso significa que la irresponsable cifra proyectada aquí, de 820 mil caraduras, representaría apenas el 0.57% de los mexicanos. Son una pequeñísima minoría. ¿Podrán más que la gente de bien?, ¿son más poderosos que los mexicanos que aman a su país, que quieren heredar a sus hijos un clima de paz pública y vigencia del orden jurídico?, ¿pueden los ‘malosos’ llevarnos a la destrucción de nuestra nación?

Por lo pronto no se trata de pasarlos a cuchillo. Es más simple: si empezamos, todos, por llenar la columna “Felicito” con los nombres y hechos de nuestros buenos vecinos, de nuestros familiares compañeros de trabajo y conocidos, significando sus buenas acciones por aparentemente pequeñas que sean, se notará el contraste, se evidenciarán aquéllos que no merecen formar parte de la comunidad ni beneficiarse de ella. Sobre todo descubriremos a muchos mexicanos de bien, dignos de homenaje. Será más fácil. Descubriremos razones para ser optimistas.

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